ORDEN ECONÓMICO EN REDEFINICIÓN: ENTRE LA FRAGMENTACIÓN Y LA COOPERACIÓN

Vivimos un momento de redefinición profunda del Orden Mundial. Lo que hasta hace poco parecía un marco estable de cooperación económica y comercio internacional —con fallas, sí, pero perfectible—, hoy se ve amenazado por rivalidades estratégicas, políticas de poder y una desconfianza creciente.

El año 2025 será un punto de inflexión. Como ocurrió en 1945 y 1989, podríamos transformar esta crisis en una oportunidad para construir una cooperación global más justa. Pero también podríamos repetir el error de 1919: diseñar un orden internacional basado en la revancha y la exclusión, sembrando así las semillas de un próximo conflicto bélico mundial.

Estados Unidos, uno de los arquitectos del sistema multilateral, ha comenzado a desmontarlo. El uso del comercio como arma de presión política no solo erosiona la confianza global, sino que ha impactado negativamente en las proyecciones de crecimiento económico, elevando el riesgo de una recesión mundial. La Reserva Federal y la OCDE ya han ajustado a la baja sus estimaciones.

El proteccionismo no es una solución moderna. A lo largo de la historia, los aranceles se han utilizado con tres fines: recaudar, restringir e incentivar acuerdos. Donald J. Trump ha optado por emplear indistintamente estos fines como herramientas geopolíticas, no económicas. Esto mismo ya lo intentó entre 2016 y 2020, y el déficit comercial con China no se redujo. Por el contrario, siguió creciendo.

Y es que el desequilibrio no es comercial, es macroeconómico. Un país tiene déficit comercial cuando consume más de lo que produce, es decir, cuando invierte más de lo que ahorra. Ese es el caso de Estados Unidos. China, en cambio, produce más de lo que consume. Si el objetivo es mejorar la balanza comercial, la respuesta no son aranceles, sino reformas internas que promuevan el ahorro y la productividad.

También es cierto que la relación comercial EE.UU.–China estaba desequilibrada. En 2023, China exportó más de 430 mil millones de dólares a EE.UU., mientras que EE.UU. exportó solo 140 mil millones a China. Pero hay formas más efectivas de enfrentar estas distorsiones. Más de 50 países han impuesto medidas compensatorias a productos chinos, utilizando mecanismos multilaterales para enfrentar barreras no arancelarias y prácticas desleales. Renunciar a estas herramientas legales en favor del unilateralismo es un retroceso.

Hoy, tres grandes potencias —EE.UU., China y Rusia— han transformado el comercio en un instrumento de coerción:

  • China subvenciona sectores estratégicos y limita el acceso a su mercado, forzando transferencia de tecnología.
  • Rusia usa la energía como herramienta geopolítica, afectando la seguridad energética europea.
  • UU. ha paralizado el sistema de resolución de disputas de la OMC y recurre cada vez más a medidas unilaterales, debilitando la arquitectura multilateral que él mismo ayudó a construir.

En este nuevo escenario, emergen otros actores:

  • India, que equilibra su relación con Occidente y Eurasia, manteniendo autonomía estratégica.
  • Israel, líder en sectores como ciberseguridad, inteligencia artificial y defensa.
  • La Unión Europea, bajo presión por la crisis energética y las políticas agresivas de EE.UU., enfrenta un dilema: definirse como un actor global autónomo o resignarse a ser una zona de influencia. La redefinición de su rol internacional ya no es una opción estratégica, es una necesidad histórica.

Como dijo el Primer Ministro polaco Donald Tusk, al partir hacia la cumbre de Londres sobre Ucrania:

“500 millones de europeos están pidiendo protección a 300 millones de estadounidenses contra 140 millones de rusos. Europa hoy carece de la convicción de que somos una fuerza global.”

Y sin embargo, el verdadero enemigo no es un país: es el tiempo.

Estamos perdiendo biodiversidad a un ritmo alarmante. El cambio climático avanza más rápido que nuestra capacidad de respuesta. La economía digital puede ser una fuerza de inclusión o de marginación, dependiendo de cómo se regule. Y las crisis sanitarias y alimentarias no respetan fronteras.

Frente a desafíos como estos, la competencia entre bloques no es la solución. Estamos en una carrera contra el tiempo, no entre nosotros.

No se trata de volver al viejo modelo de globalización, ni de aceptarlo sin crítica. Pero tampoco de destruirlo. Lo que el mundo necesita no es más comercio sin control, sino un comercio más justo, resiliente y sostenible.

Esa es la apuesta de una nueva etapa: la Re-globalización.

Una estrategia con tres pilares:

  1. Primero, diversificación de las cadenas de suministro. La pandemia y la guerra en Ucrania demostraron los riesgos de depender de unos pocos países. Debemos construir cadenas más robustas y major distribuidas.
  2. En Segundo lugar, considerar la inclusión real de los países en desarrollo. África, América Latina y el sudeste asiático tienen un rol clave que jugar, particularmente en sectores como la energía limpia y la tecnología.
  3. Por último, reforzar el marco legal multilateral para evitar que el comercio se convierta en una herramienta de chantaje, debemos proteger las instituciones internacionales y sus mecanismos de resolución de conflictos.

Canadá, México, la Unión Europea y China ya están respondiendo a los aranceles estadounidenses utilizando los canales legales disponibles, como la OMC y el T-MEC. Esto demuestra que aún es posible defender un comercio basado en reglas.

Si seguimos viendo el comercio como un juego de suma cero, nos condenamos a un ciclo de crisis, represalias y estancamiento. El comercio no es un fin en sí mismo. Es una herramienta para generar desarrollo, estabilidad y paz.

No se trata de abrirse o cerrarse. Se trata de avanzar o quedarse atrás.

No se trata de ideología. Se trata de supervivencia.

La historia no esperará. Y el futuro, aún, puede escribirse mejor.