Hoy, recién comenzando un nuevo año, lejos quedó aquella ilusión que llegó de la mano de la tercera ola democrática de los 80´s y puso fin a la triste experiencia de múltiples gobiernos autoritarios que atravesaron América Latina durante una década. El mundo muestra hoy una creciente desafección ciudadana y una merma de expectativas hacia las democracias liberales surgidas por aquel entonces.
El mismo modelo económico y el sistema político que las sustenta están siendo cuestionados por los electores que, o bien se abstienen de votar, o bien optan por radicalizar sus opciones a izquierda y derecha del espectro político, dejándose seducir por liderazgos de corte populista.
Existe en amplios sectores de la población una tensión entre un fuerte deseo de cambio y al mismo tiempo una actitud cínica sobre esa posibilidad. ¿Por qué? Por la profunda desconfianza sobre la dirigencia política, especialmente la dirigencia política tradicional. “Querríamos otra cosa, pero ¿con quién?” Es la respuesta que se repite sistemáticamente en los focus group. ¿Para qué someterse a la ley en una sociedad donde los bolsones de privilegio e impunidad, asociados al poder se imponen? “¿Para qué respetar la autoridad pública si ésta no me respeta, no me protege ni me da seguridad?”
Durante las últimas dos décadas las democracias han crecido en el mundo occidental. Pero su calidad en términos de los principios liberales que la fundamentan ha mermado considerablemente durante la última década mientras las autocracias se han extendido. Muchos gobiernos han accedido al poder “democráticamente” pero devenido en gobiernos dudosamente democráticos en términos de su modalidad de ejercicio del poder y de sus prácticas no republicanas.
Ya no son necesarios los golpes de Estado para minar un gobierno democrático. Hoy las democracias pueden autodestruirse si, tal como sostiene el sociólogo estadounidense Steven Livinsky(*), un gobierno, a pesar de ser elegido mediante elecciones, cumple con cuatro indicadores de comportamiento autoritario:
- Muestra rechazo o débil aceptación de las reglas de juego democráticas (por ejemplo, no aceptar la Constitución, incumplir sus mandatos, sortear límites constitucionales);
- Niega la legitimidad de sus adversarios políticos;
- Tolera o fomenta la violencia;
- Ha elogiado medidas represivas adoptadas por otros gobiernos.
Es que la democracia es algo más que un conjunto de reglas electorales para elegir un gobierno. La democracia es un proceso dinámico de procedimientos, sistemas e instituciones, comportamientos y valores.
La gente se siente defraudada con la democracia porque para no pocos la democracia prometió más de lo que pudo cumplir.
Según la CEPAL en 2020 la cantidad de pobres en LATAM y El Caribe trepó a 209 millones, 22 millones más que en 2019. Y en este mapa y de manera emblemática, Argentina presenta los guarismos más elevados del cono sur luego de Venezuela.
Es cierto que la región ha reducido las brechas en las necesidades más básicas y se logró sacar de la pobreza y el hambre a una cantidad importante de habitantes de la región, pero ese progreso se estancó al tiempo que nuevas desigualdades están siendo puestas en evidencia como límites al progreso individual: desde el precio de un boleto estudiantil, la falta de empleo o vivienda entre los jóvenes hasta la reivindicación de la justicia y la equidad.
Entonces, para muchos desencantados, la democracia no solo no logró disminuir la desigualdad, sino que la ha aumentado y en consecuencia ha freezado la esperanza en su capacidad para aspirar a un futuro mejor. Es como haber perdido la magia de ser el mejor instrumento para mejorar las condiciones de vida de la gente. Frente a ello el ciudadano ya no se siente ciudadano. Se aísla y busca liderazgos desde fuera del sistema político demostrando pocas exigencias sobre los modos de acceder a ese futuro.
De ahí el atractivo del populismo cuyos líderes consiguen una identificación empática con las demandas y problemas de la gente, generan explicaciones causales directas y simples sobre los responsables de tales problemas, y responden con propuestas focalizadas en el marco de un discurso fuertemente emocional que conecta con sentimientos de abandono, resentimiento, y reclamos reparatorios en el auditorio.
Y es que, efectivamente, injusticia y pérdida de dignidad son dos sentimientos que surgen permanentemente en los focus group que hemos analizado en 15 países de América Latina, es justo esa devolución de “dignidad, respeto y reconocimiento como personas,” el reclamo que se le hace al sistema político.
¿Cómo defender entonces la democracia? Desde ya bienvenida la convocatoria del presidente Biden a una Cumbre por la Democracia para encarar conjuntamente con los líderes mundiales la lucha contra los totalitarismos. Sin embargo, más allá de los cambios políticos y económicos globales aún pendientes para reducir los efectos distorsivos de la globalización y los abrumadores avances tecnológicos, son los ciudadanos de cada país quienes deben pensar y sentir la democracia no sólo como un sistema de reglas para elegir candidatos e integrar las diferentes esferas del sistema político sino como un entorno que debe ser validado en el día a día, ejerciendo el control permanente sobre las decisiones de políticas públicas y los comportamientos y modalidades de ejercer el poder público. Son los ciudadanos quienes deben responsabilizarse de sostener la democracia reaccionando frente a los atropellos del poder; reclamando sanciones legales al abuso de autoridad y a los privilegios, la mala praxis o la corrupción; rechazando el avasallamiento a la justicia, y el irrespeto por la Constitución sin la cual no hay forma de sostener el contrato democrático. De ello somos responsables todos, pero muy especialmente aquellos que, por su formación y actividad, pueden incidir sobre la agenda pública, y con ello me refiero a políticos, empresarios, periodistas, líderes religiosos, entre otros.
Como decía el presidente Lagos. El asunto no es vivir en democracia sino vivir para la democracia.
(*)Livinsky / Daniel Ziblatt: Como mueren las democracias- Edit. Ariel 2018.
Directora de Graciela Römer y Asociados. Especialista en comunicación social y opinión pública. Con más de 30 años de experiencia profesional ha realizado estudios para el National Democratic Institute de EUA, la OEA, el Centro Carter, el Banco Mundial, Flacso y diversos partidos políticos y gobiernos en Argentina, Chile, Colombia, El Salvador, Guatemala, Haití, México, Perú y Paraguay. Se desempeña, además, como Profesora en el Centro de Estudios Avanzados de Ciencias Sociales de la Universidad de Buenos Aires. Participa en varias instituciones como miembro y/o colaboradora, así como en diversos medios periodísticos en América Latina y Estados Unidos.