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¿UN RETORNO AL INICIO DEL MILENIO?

Las últimas elecciones en América Latina y los datos que provienen de los pronósticos electorales parecen señalar el agotamiento del ciclo de reelecciones presidenciales y la dificultad de sostener mayorías oficialistas en las Cámaras legislativas, dificultando en gran medida la gestión de los Ejecutivos, en un contexto de por si complejo, agudizado por la invasión a Ucrania y sus consecuencia económicas y energéticas a nivel mundial.

Entre 2019 y 2020 en 11 de las elecciones presidenciales realizadas en AL, los ciudadanos decidieron cambiar o bien de partido de gobierno o bien rechazar la reelección del gobernante de turno.

Estamos en tiempos en que la mayoría de los gobernantes pierden popularidad y apoyo a poco de asumir el poder. No hay tiempo para la espera. La sociedad parece agotada de aguardar o de aspirar a alguna mejora en sus condiciones de vida sin resultados aceptables. Sobre de ello basta ver la obligada renuncia del primer ministro Draghi en Italia; o los desafíos del gobierno francés por profundizar las reformas prometidas en la agenda Macron luego de que las últimas elecciones intermedias modificaran sustancialmente la relación de fuerzas en el Parlamento a manos de la derecha radical; o las dificultades del recientemente electo gobierno de Boric en Chile y el referéndum constitucional en curso.

El voto rechazo más que el voto de adhesión por identificación con las propuestas es dominante en la población. Un voto rebelde que intenta oponerse al establishment político a quien se percibe divorciado de su electorado y orientado a satisfacer privilegios personales o sectoriales más que al bien común, a quien se responsabiliza de las crisis socioeconómicas que recorren el nuevo y viejo continente.

De tal modo, la mayoría de los cambios se orientan  -especialmente en AL- hacia la izquierda, abriendo una gran incógnita: reeditará  la región la ola de centro izquierda de los inicios del 3er milenio como aquella que lideraron  Chávez, Bachelet, Lula o  Kirchner; o se trata de un fenómeno ideológico, un nuevo reverdecer de la izquierda latinoamericana, como reacción coyuntural provocada por la búsqueda de alternativas polares ante la crisis de representación política que afecta a la mayoría de los países occidentales.

Las crisis económica y energética derivadas de la pandemia del Covid-19, aceleraron y profundizaron las dificultades que venían mostrando un buen número de países en materia de pobreza, desigualdad, violencia delictiva, aumento exponencial del narcotráfico y, muy especialmente, la falta de horizontes de crecimiento y desarrollo personal y colectivo. Todo este conjunto afectó aún más la confianza en la democracia e incrementó el malestar social que se canaliza hacia la dirigencia política a la que se le asignan niveles de inoperancia, mala praxis, corrupción y, sobre todo, usufructo de privilegios vía su posición de poder.

Es apenas evidente que estamos cada vez más alejados de aquella ilusión colectiva que llegó de la mano de la tercera ola democrática en los años 80, poniendo fin a la triste experiencia de múltiples gobiernos autoritarios que atravesaron la región durante más de una década. Creímos que la democracia había llegado para quedarse definitivamente en América Latina.

Sin embargo, la realidad muestra hoy, a más de tres décadas de distancia, una creciente desafección ciudadana y una merma de expectativas hacia las democracias liberales surgidas por aquel entonces. El peligro ya no es externo.  La merma en la calidad y transparencia institucional, así como el control de los actos de gobierno y el acatamiento irrestricto a las reglas de juego fijados constitucionalmente, la equidad distributiva y la mejora de la calidad de vida de la población, son los actuales desafíos a los que nos enfrentamos los demócratas y las democracias en la región y en el mundo.