En sintonía a los tiempos que vivimos, la IX Cumbre de las Américas se desarrolló bajo la lógica de los claroscuros y, en no pocos casos, apelando a una “mise en scène” extra-Cumbre, creando un clima por momentos tenso a pesar de lo cual se logró arribar a propuestas que, aun cuando tienen más de principios que de recursos técnico-financieros concretos, señalan variaciones en temas claves como el cambio de perspectiva de EE. UU. sobre la migración.
“La democracia es nuestra esencia” sostuvo el anfitrión en su discurso inaugural. Antes había expresado su preocupación por las amenazas que enfrentan las democracias hoy en el mundo. Ambas apelaciones sobre el quién y el cómo de las democracias pareció querer marcar con claridad el encuadre del evento. Se trata de diferenciar claramente quienes forman parte y quienes no del mundo democrático tal como claramente lo define la Carta Democrática de las Américas firmada en Lima en 2001. No se trata solo de llegar al poder a través del voto. Se trata de sostener y honrar ese voto respetando el Estado de derecho, la libertad de expresión, la transparencia y el constante control sobre los abusos del poder, el diálogo y la búsqueda de acuerdos, entre otros.
El presidente Biden pareció querer imprimir que hay un otro y un nosotros, anticipando lo que vendría después, especialmente en el discurso del presidente argentino haciendo referencia a los tres países no invitados a esta Cumbre: “estamos interpelados por los que no están, los que fueron excluidos, aquellos que no tienen voz”. El intento de transferir al foro estas “sensibilidades” parecieron estar en sintonía con la posición de colectividades que se despliegan en la región y que son claramente antinorteamericanas y anti-organismos multilaterales como la OEA o la ONU, al tiempo que se apartan de los compromisos democráticos pactados en el seno de estos.
Es que ya no son necesarios los golpes de Estado para minar un gobierno democrático. Hoy las democracias pueden autodestruirse sí, como sostiene el sociólogo estadounidense Steven Livinsky, un gobierno, aun siendo elegido mediante elecciones, cumple con cuatro indicadores de comportamiento autoritario:
- Rechazo o débil aceptación de las reglas de juego democráticas
- Niega la legitimidad de sus adversarios
- Tolera o fomenta la violencia
- Elogia o no expresa posición frente a medidas represivas o no respetuosas de los derechos humanos adoptadas por otros gobiernos.
No se trata de exclusión. Se trata de claudicación.
Directora de Graciela Römer y Asociados. Especialista en comunicación social y opinión pública. Con más de 30 años de experiencia profesional ha realizado estudios para el National Democratic Institute de EUA, la OEA, el Centro Carter, el Banco Mundial, Flacso y diversos partidos políticos y gobiernos en Argentina, Chile, Colombia, El Salvador, Guatemala, Haití, México, Perú y Paraguay. Se desempeña, además, como Profesora en el Centro de Estudios Avanzados de Ciencias Sociales de la Universidad de Buenos Aires. Participa en varias instituciones como miembro y/o colaboradora, así como en diversos medios periodísticos en América Latina y Estados Unidos.