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CLAROSCUROS DE UNA CUMBRE

El pasado 10 de diciembre, día consagrado a los derechos humanos, el presidente Biden clausuró la denominada Cumbre de la Democracia, sin duda una buena idea, pero al final no tan bien resuelta.

Una buena idea porque está muy claro que quienes queremos vivir en democracia, estamos en la hora de unirnos para hacer frente a los embates que, desde el autoritarismo, en particular desde el populismo, se lanzan contra ese sistema vida, diríamos en México, fundado en el constante mejoramiento económico, social y cultural del pueblo. Mal resuelta porque el debate no se dirigió a solventar la pregunta principal: ¿qué hace que los pueblos, en proporciones significativas, se manifiesten cada vez de manera más amplia y contundente, decepcionados de la democracia, y decidan apoyar la entronización del autoritarismo?

Responder esa pregunta, lleva a plantear otro cuestionamiento fundamental muchas veces hecho y que ahora tampoco fue incorporado con suficiente precisión en la Cumbre: ¿Es compatible la democracia con la enorme desigualdad que lastima a los pueblos del mundo? Sabemos que los pueblos se decepcionan de la democracia que promete un camino de igualdad, cuando en la práctica éste se encuentra más bien atrancado, en consecuencia, resultaría relevante discutir que hacer para solucionarlo y más cuando para llegar al poder y ahí mantenerse, el autoritarismo populista entrega en forma de dádivas, la cara ilusión de atender las necesidades de la gente más lastimada, que las acepta porque no cree que haya otra vía para obtener lo que necesita.

Es claro también, que en medio hay un tema educativo, pedagógico, insuficientemente atendido, ahí donde en su desesperanza, los pueblos tienden a confundir al sistema democrático con el quehacer de los gobiernos en turno, cuestión desde luego equivocada pero explicable a luz de la sucesión de muchos gobiernos que vienen y van, mientras que la gente sólo mira como desciende su calidad de vida. Un asunto que también debe llamar la atención de los partidos políticos, entes fundamentales de la democracia, responsables de la educación política de la ciudadanía, cuya aplicación en la materia, en general, deja mucho que desear.

Las preguntas anteriores deben acompañarse de otra pregunta para poder ayudar a la democracia: ¿Cuándo la ciudadanía acude a las urnas está motivada por los mismos intereses de los actores políticos que promueven una candidatura, sabiendo que la primera busca firmar un contrato con quien aspira a representarla, para solucionar sus demandas, mientras que los segundos, mujeres y hombres, van en busca del poder, dicho esto sin crítica ninguna?

La respuesta a esta nueva pregunta lleva a revisar en cada caso, el estado de las reglas de ejercicio del poder, que es el ámbito del régimen político donde estas dos motivaciones conductuales se encuentran, ciudadanas y políticas, no en el propio de las reglas de acceso al poder al que, sin minimizar su importancia, ambas conductas sólo asisten a jugar sus roles particulares. Sabemos que las democracias tendieron a focalizar su energía en las elecciones, y desatendieron que el ejercicio del poder fuera democrático y consistente con el cumplimiento de los compromisos de campaña. Eso, en un contexto donde los partidos políticos confundieron el periodo electoral con un reloj checador laboral que marcaba la entrada y la salida de su jornada y la ciudadanía carecía de suficientes instrumentos de control para exigir los resultados convenidos.

En síntesis, las democracias perdieron integralidad y se debilitaron, abrieron la puerta a la farsa populista que ahora amenaza con destruirlas desde adentro, con la utilización de sus propios medios de legitimación.

De ahí la importancia estratégica de incorporar en esos debates por la salud de la democracia, la inexorable necesidad de garantizar una ruta de avance hacia igualdad social, el retorno a los partidos políticos de tiempo completo, que cumplan con su labor pedagógica, así como el real y exigible empoderamiento ciudadano.

Finalmente, al momento de hacer las invitaciones a la Cumbre por la Democracia, la criba de autoritarios que dijeron hacer los organizadores, no funcionó con mucha exactitud, sacaron de la lista al gobierno democráticamente electo de Bolivia, pero incluyeron al primer ministro de India, Narendra Modi, y al presidente de Brasil, Jair Bolsonaro, en la misma, cuyas credenciales democráticas están por demás bastante cuestionadas.

Un buen comienzo para que una segunda edición de esta importante iniciativa funcione mejor, sería distinguir claramente entre intereses geopolíticos y los objetivos de la democracia, so pena de no poder evitar que un tufo de Guerra Fría, olorice la reunión.