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EDITORIAL

Lejos del optimismo que en los años ochenta sostenía que asistíamos, en América Latina, a una ola de expansión democrática irreversible y sin rivales de peso surgen, de manera cada vez más extendida, expresiones, algunas de extrema violencia, de un malestar social difuso que se orienta hacia el cuestionamiento y deslegitimación de institucionesaxiales del sistema democrático liberal como los partidos políticos, los

parlamentos y la justicia.

 La opción por la democracia como mejor régimen político, viene perdiendo terreno en la opinión pública ante alternativas centradas en liderazgos populistas de diversos signos ideológicos, exponiendo así la crisis de confianza sobre ella para responder a las demandas sociales de los ciudadanos.  

 La dramática situación que atraviesa hoy el mundo a propósito de la pandemia causada por el Covid-19 y, particularmente, en una América Latina además atravesada por crónicos desajustes económicos y limitados progresos en sus indicadores sociales, niveles de violencia y debilidad de sus sistemas institucionales, está profundizando esta tendencia.

 Estamos ante la crisis más grave desde la Segunda Guerra Mundial y, en este marco, nuestra región será impactada de manera aún más profunda. Según la Cepal, sufriremos la peor recesión del siglo, la economía se contraerá 9.1%, el desempleo llegará al 13.5% y la pobreza alcanzará al 40% de la población. Sobre de ello, el Banco Mundial ha advertido que 100 millones de personas más se sumarán a la estadística de extrema pobreza profundizándose con ello las asimetrías sociales. Sin duda, la creciente desigualdad de ingresos es característica de la mayoría de las economías del mundo desarrollado y, sin embargo, no existen al momento alternativas viables para revertirla. De este modo, la promesa de la democracia pierde sustento y se vuelven atractivas las opciones populistas.

 Hoy, la capacidad de los Estado–Nación para asegurar el bienestar de sus ciudadanos está siendo puesta en entredicho. La gente percibe que los gobiernos no están cumpliendo con su parte del contrato social y el futuro luce oscuro para muchos.

¿Significa entonces que la democracia está efectivamente agonizando? Más bien pareciera que está mutando o mudando de piel.

Si es así, surge otra interrogante: ¿Sobre qué bases institucionales y sobre qué tipo de dispositivos se sostendrán nuestros gobiernos democráticos de aquí en más?

Es en tal sentido surge Save Democracy,  proyecto que nuclea a un conjunto de profesionales fuertemente comprometidos con aportar su experiencia en América Latina para, con base en sondeos de opinión cualitativos y cuantitativos, estudios de campos y análisis profundos sobre el funcionamiento institucional, para emitir evaluaciones serias sobre las fortalezas y debilidades presentes en los diferentes países de la región y, a partir de los cuales, generará alertas tempranas que permitan anticipar situaciones de crisis de gobernabilidad y deterioro de la calidad institucional, identificando condiciones favorables y dispositivos institucionales y comunicacionales que favorezcan el fortalecimiento democrático y estimulen una cultura republicana y de legalidad