fbpx

EL PASMO Y EL ESPANTO

Más vale admitirlo. No es una buena época para la democracia liberal.

¿Qué ocurrió? Quizá fue que los políticos tradicionales y sus organizaciones no estuvieron a la altura de las circunstancias, después de múltiples crisis y de escándalos de corrupción.

Se quedaron mudos, por un tiempo, ante los embates del populismo. Creyeron que la tempestad pasaría y que las aguas volverían a su nivel como en otras ocasiones.

Esta vez no resultó así y hay un ejemplo destacado: Donald Trump. Durante meses los demócratas y los liberales pensaron que sus aspiraciones eran una locura y que no tenía posibilidades de alcanzar la postulación republicana y mucho menos la presidencia. Alcanzó las dos y de qué manera.

En México ocurrió algo similar. Inclusive desde mediados de 2013 ya había evidencias de que el discurso triunfalista de Enrique Peña Nieto no estaba aterrizando de la forma adecuada en amplias franjas de la población.

Si bien el Pacto por México (diciembre de 2012) resultó una de las herramientas más poderosas, en décadas, para propiciar reformas, el acuerdo entre los principales partidos, PRI, PAN y PRD le decía poco o nada a sectores de la población cansados de promesas incumplidas, de una fuerte violencia, de la corrupción y de contrastes económicos más que evidentes.

Las dificultades del gobierno de Peña Nieto, después de la primera mitad de su mandato y sobre todo a raíz de Ayotzinapa, no fueron aprovechadas por el panismo o el perredismo, sino por Morena y Andrés Manuel López Obrador, quien sí entendió la magnitud de lo que estaba ocurriendo.

A partir de ahí todo se convirtió en una cadena de malas decisiones por parte del equipo presidencial y del PRI, y entre ellas plantear la contienda de 2018 desde un punto de vista tradicional eligiendo como adversario a Ricardo Anaya, el abanderado del PAN en lugar de advertir y enfrentar lo que estaba por ocurrir.

Esto es relevante porque los demócratas tienen la obligación de pensar a largo plazo y de proteger las conquistas que se fueron hilvanado por lo menos desde los años setenta y que, al final, fructificaron en un sistema de partidos con elecciones competidas y democráticas.  Las tres alternancias en la Presidencia de México, desde el año 2000, dan cuenta de ello.

En este momento hay riesgos, pero el remedio está precisamente en la propia democracia y en uno de sus momentos centrales: las elecciones.

El 2021 presenta una coyuntura especial. Pocas veces hubo tanto en juego como ahora. En los hechos, la decisión final de los ciudadanos consistirá en establecer los límites y equilibrios respecto a la 4T.

En los viejos partidos, los que compartieron los Poderes Ejecutivo y Legislativo durante décadas, se dieron cuenta de que tenían que superar diferencias para concentrase en los más importante: la protección del sistema de partidos y de pesos y contrapesos que ha funcionado hasta ahora.

Para algunos electores debe ser extraño el ver converger a expresiones que estuvieron siempre enfrentadas, pero es ahí en donde vale la pena establecer, con claridad, qué es lo que se quiere lograr electoralmente.

Las democracias responden a pactos entre los propios actores y ello hay que tenerlo en cuenta, sobre todo cuando las fragilidades se hacen evidentes y las instituciones republicanas están bajo ataque, como sucede con el Instituto Nacional Electoral (INE antes IFE) y el Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación (TEPJF).

En unos días veremos de qué tamaño son las reservas democráticas mexicanas en un escenario postelectoral que se anuncia complicado.