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ELECCIONES EN ARGENTINA, UN FRENO AL POPULISMO KIRCHNERISTA

La democracia argentina cumple 38 años de vigencia y es el período más extenso de estabilidad democrática en el país desde principios del siglo XX. También en estas casi cuatro décadas ha dado muestras diversas de resiliencia.

Las últimas elecciones legislativas de medio término, ponen en evidencia que la democracia representativa en la Argentina se encuentra aún viva, incluyendo la integridad electoral, y con un electorado dispuesto a dar muestras de capacidad de reacción frente al embate de un proceso político que amenazaba y ponía a prueba la plenitud democrática. El acto electoral que ha castigado al oficialismo puede tener varias lecturas en el marco de una Argentina enredada en una profunda crisis económica y social además de institucional. Una interpretación, es que representa una clara advertencia de que sin pluralismo no hay democracia. También puede interpretarse como una respuesta contra el ejercicio arbitrario del poder y la violencia simbólica, que recae más en las características de liderazgo de la vicepresidente que en las del presidente. Una anomalía que en los últimos dos años de gobierno ha mostrado un desprecio por las reglas básicas de democracia, de la división de poderes y que, incluso, ha restringido el carácter de la democracia representativa al someter a los representantes oficialistas a una disciplina indiscutida y a propuestas polarizantes. Circunstancias que mostraban una lenta erosión de la institucionalidad democrática Argentina y una amenaza potencial que podría socavar al consenso democrático existente desde 1983.

Las elecciones de renovación parlamentaria redefinen el mapa político argentino y ponen un límite al riesgo de ambiciones autoritarias. La coalición gobernante que había alcanzado el poder con el 48% de los votos, solo logró una adhesión del orden del 32%.  Apenas se impuso en 7 de los 24 distritos electorales y quedó en segundo lugar en lo que era considerado su mayor bastión político, la provincia de Buenos Aires. Con este resultado el gobierno pierde el control del Senado, donde tenía quorum propio desde el regreso de la democracia en 1983.

Los comicios han sido un claro llamado de atención y expresión de desagrado frente a un gobierno de gestión deficiente, frente a los atropellos a los derechos fundamentales, frente a las reducidas garantías de transparencia y, especialmente, frente al intento de avance de una partidocracia populista que ponía en riesgo el funcionamiento de los órganos fundamentales del Estado, en particular el del Poder Judicial.

El pasado 14 de noviembre se puso un límite a la coalición gobernante y al populismo encarado por la vicepresidenta. El tema es relevante ya que se frenaron, por el momento, los intentos de abuso de poder que podrían afectar la alternancia política futura con su pretensión de silenciar voces críticas y de convertir a la partidocracia populista actual en casi un régimen de partido único. La agenda parlamentaria definida desde el 2019 por la vicepresidente, lo pone de manifiesto, en particular en lo relativo a limitar las atribuciones del Poder Judicial. Esta circunstancia pudo haber sido el primer paso en el que la partidocracia populista se transformaría en una autocracia. Algunos lamentables ejemplos regionales muestran este derrotero.

Pese a estos resultados alentadores, los embates contra la democracia representativa en la Argentina siguen latentes y las condiciones de gobernabilidad son aún más frágiles. Sin embargo, es de esperar que estas elecciones de mitad de término reafirmen el vínculo entre democracia representativa y pluralismo.

Fortalecer la democracia representativa es afirmar el Estado de derecho, las libertades fundamentales y la alternancia política. También para que la democracia adquiera mayor legitimidad de ejercicio y se asiente sobre una relación libre entre ciudadano-elector y el Estado.