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¿INGOBERNANZA GLOBAL?

Provoca parar el mundo y bajarse en la próxima estación. Aun proviniendo del ámbito académico, me da algo de pereza hurgar en el origen histórico de tantos conflictos y enfrentamientos, pero sí lamentar nuestro instinto reptiliano de muerte, extremismos y la sinrazón que aparece cuando mezclas política y religiones.

La “maldad humana” es un concepto complejo y multifacético que se ha discutido y debatido en campos como la filosofía, la psicología, la sociología y la ética. A menudo se utiliza para describir acciones humanas que causan daño, sufrimiento o malestar intencionalmente hacia otros seres humanos o criaturas, ya sea física, emocional o mentalmente.

La maldad humana puede manifestarse de diversas maneras, desde pequeños actos de crueldad y engaño hasta atrocidades a gran escala, como genocidios y crímenes de guerra. Está relacionada con la falta de empatía, la falta de consideración por el bienestar de los demás y, en algunos casos, la satisfacción personal obtenida al infligir dolor o sufrimiento a otros.

Hay varias teorías y perspectivas sobre por qué algunas personas actúan de manera maliciosa. Algunas teorías sugieren que la maldad puede ser el resultado de la influencia del entorno, experiencias traumáticas o factores sociales y culturales. Otras teorías se centran en la biología y la genética, explorando posibles predisposiciones genéticas o desequilibrios químicos que podrían contribuir a comportamientos maliciosos.

Los que creemos y apostamos por la democracia y sus instituciones, nos cuesta aceptar este clima de ingobernanza global que nos aparece camuflado de distintas formas o que, sin mayores escrúpulos, se manifiesta invocando verdades o dogmas para justificar sus peores afrentas.

Estamos asistiendo a una recesión democrática que creíamos superada después de dos cruentas Guerras Mundiales. Ha bajado el apoyo a lo que tanto defendemos, hay un manifiesto aumento de la indiferencia a los regímenes libertarios y hasta vemos simpatías hacia el autoritarismo, el racismo, la discriminación, odios y otras manifestaciones, que incluyen un creciente deterioro de los valores éticos, morales y de integridad personal y ciudadana. Estamos tan vulnerables al populismo, a convivir y aceptar las distintas formas de corrupción e impunidad, que pareciera estamos retrocediendo varios siglos.

Hay ahora más insatisfechos que demócratas y eso es una verdadera bomba de tiempo.

Por ejemplo, en América Latina tenemos una mayoría de ciudadanos que no creen suficientemente en el régimen democrático, porque este no les ha satisfecho con respuestas efectivas de los gobiernos a sus demandas más apremiantes. Pareciera que se acaba el poco capital y reputación de la clase política y, por el contrario, crece la fascinación por los populismos y personalismos que se viralizan con enorme facilidad.

Aparece entonces la justificación maliciosa: “no me importaría que un gobierno no democrático llegara al poder, si resuelve mis problemas”. ¡Qué lamentable! Las alternativas “extramuros” son pura ilusión. Miremos por ejemplo a Honduras en donde el 70% de la población dice que no le importa tener un gobierno no democrático. Le siguen Paraguay (68%), Guatemala (66%), República Dominicana y El Salvador (63%).

También afloró una desafortunada opinión que encabeza El Salvador con un 61%: “en caso de dificultades, está bien que el presidente controle los medios de comunicación”. Claro que criticamos los medios demagogos que sólo se guían por el rating y la manipulación noticiosa, pero simpatizar con su control es una puerta que no se debe abrir. Le siguen México (48%), Honduras y Paraguay con (44%).

Sin embargo, es interesante que los que simpatizan con un gobierno no democrático, le dicen no a la posibilidad de un gobierno militar: Costa Rica (86%), Venezuela y Panamá (78%), Uruguay (71%) y Argentina (68%), aunque la simpatía por los militares en gobierno sea ahora de un 35%, cuando en el 2004 y 2009 era apenas de un 24%.

¿Se puede hablar de gobernanza, cuando el 77% de los latinoamericanos piensan que los partidos políticos no funcionan bien? No hay ningún país de América Latina donde los ciudadanos perciban mayoritariamente que los partidos funcionan bien. Esta lista la encabeza el Perú con un 90% y le sigue Panamá con un 87%; esto se viene dando desde el 2013. En 1997, el 62% de la población valoraba mucho mejor a los partidos.

No hay duda de que las crisis económicas influyen negativamente en el declive de la democracia, pues ellas aumentan las desigualdades, el número de pobres y tensiona las demandas que se vuelven inelásticas. Esta recesión democrática radica también en las deficiencias en producir “bienes políticos”, como la igualdad ante la ley, la justicia, la dignidad y la justa distribución de la riqueza. La otra cara de la moneda es la corrupción, los personalismos y el uso del poder para otras cosas que no son el bien común ni la solidaridad.

¿Gobernanza sin políticas públicas, que de verdad resuelvan los grandes problemas de inseguridad, salud, educación y oportunidades laborales?

¿Gobernanza cuando hay 21 presidentes condenados por corrupción en 9 países y 20 que han dejado su cargo antes del final de su legítimo mandato y otros que rompen las reglas para quedarse en el poder, minando la soberanía del pueblo?

¡Cuidado con la ingobernanza global!

 

 

*Datos extraídos del Informe Latinobarómetro 2023.