El instituto Nacional Especializado en Ciencias Jurídicas (INEC) es una institución privada de educación superior en nuestro país. Como escuela de derecho, tiene la misión de “aportar a la sociedad juristas altamente calificados, con formación integral, pensamiento crítico y socialmente responsables”.
El INEC me distinguió recientemente, invitándome como Profesor de Teoría del Estado. Hoy me honra, otorgándome el Doctorado Honoris Causa, en consideración generosa a mi trayectoria profesional y política al servicio de México. Por ambas acciones le agradezco al Instituto, a su Rector Doctor Alejandro Gutiérrez Muñoz -quien de manera muy destacada se dedica profesionalmente a la docencia y práctica del derecho- y al Maestro Antonio Gamboa Chabbán -con amplia trayectoria en instituciones electorales y docentes-.
Esta designación es un título honorífico, que se concede no necesariamente a licenciados en una determinada carrera profesional. “Es una locución latina, cuyo significado es ‘por causa de honor’, una cualidad “que conduce a uno, entre otros fines, al cumplimiento de sus deberes…” y así he asumido yo mi vida privada y pública, desde que tuve la oportunidad temprana como estudiante de secundaria en mi natal Villahermosa, de saber que mi vocación de vida era la política, entendida como actividad superior al servicio del hombre y la sociedad.
Soy una persona realizada plenamente, al haber alcanzado mis aspiraciones fundamentales -especialmente servir a Tabasco-, lo que debo a toda mi familia -con Martha Lilia siempre a mi lado, asumiendo responsabilidades sociales-, a mis profesores, a mis condiscípulos, a mis alumnos, a mis generosos amigos y amigas, a mis jefes que me abrieron oportunidades y mucho me enseñaron -aquí presentes varios de ellos-, a mis compañeros de trabajo, a mis colaboradores, a mis correligionarios en el PRI, el PRD, así como en la Agrupación Política José María Pino Suárez de Tabasco, a los contendientes políticos en las negociaciones por México y a todos aquellos que con su voto me hicieron Diputado Federal, Senador de la República y Gobernador de Tabasco. Todos ustedes han formado parte de mi circunstancia vital, y por ello les aprecio doblemente su presencia aquí.
Todas y cada una de las generaciones humanas pueden dar cuenta orgullosamente de sus aportaciones al desarrollo del mundo. Desde luego también, pero sin orgullo, de las guerras y todo tipo de destrucciones que han protagonizado. Nuestras generaciones han tenido como signo distintivo de nuestro tiempo, la velocidad vertiginosa del cambio y su incidencia en múltiples ámbitos de la vida social.
Hoy se vive un cambio de civilización, que lo mismo se explica por el mito del eterno retorno, por conspiraciones paranoicas, por la tesis orteguiana de que “todo es posible en la historia, lo mismo el progreso triunfal e indefinido que la periódica regresión”, las restauraciones autoritarias recurrentes y la sensata idea de que todo el devenir histórico es una secuencia interminable de continuidades y rupturas que le da sentido y transcendencia al quehacer humano.
Sea de ello lo que fuere, actualmente ocurren transformaciones globales, a la vez que, retroalimentándose con ellas, en los ámbitos nacionales existen especificidades que también se modifican. Especificidades, que al decir de nuestro admirado Dieter Nohlen, hacen del contexto la diferencia entre una y otra sociedad.
México transita por una etapa de regresión en múltiples dimensiones, con responsabilidades compartidas por gobierno y oposiciones -con mayor peso a cargo del primero- que, de prolongarse, puede consolidarse como una restauración, que es necesario revertir para avanzar o costará mucho a las presentes y futuras generaciones.
Todo esto ha ocurrido muy rápidamente. Entre 1979 y 1980 se instauró el neoliberalismo como práctica de gobierno y del diseño y ejecución de las políticas públicas. La llegada de Margaret Tacher como Primera Ministra del Reino Unido, la designación de Paul Volcker al frente del Sistema de la Reserva Federal estadounidense, la elección de Ronald Reagan como Presidente de los Estados Unidos y la determinación del líder chino Deng Xiaoping, de adoptar para China comunista una política económica neoliberal (“no importa de qué color sea el gato, lo importante es que atrape ratones” justificó entonces), discurrió un salto en la historia de la humanidad.
En 1989 fue derrumbado el muro de Berlín y en 1981 empezó la disolución de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas y del bloque comunista de Europa Oriental. Casi simultáneamente culminaba con éxito la llamada Tercera Ola Democrática Mundial, de las transiciones políticas protagonizada por países del Sur y del Este de Europa, de América Latina y algunos de Asia y África. Se vivió entonces una euforia desbordada que llevó a hablar del triunfo histórico de la democracia y el capitalismo de libre mercado sobre sus enemigos.
Menos de treinta años después, el mundo entró en una nueva etapa de desencanto con la democracia liberal y el ascenso de los populismos de todo signo ideológico, de democracias autodenominadas iliberales y la llegada de regresiones y restauraciones autoritarias, tanto en países con democracias consolidadas como en los de instauración reciente.
Por qué y cómo se pasó tan rápidamente del ‘momento democrático’ mundial al ‘momento populista’, es parte esencial del debate de nuestro tiempo.
Es esta ocasión memorable para mí, quiero centrar mi reflexión antes ustedes en un tema clave para el porvenir de la humanidad y de nuestra nación: la transformación de la política contemporánea.
Las causas, manifestaciones y consecuencias de esta transformación son múltiples, diversificadas, sumamente complejas y se encuentran en movimiento constante. Tienen como su centro de gravitación al Estado Nacional, que desde la Paz de Westfalia en 1648 se convirtió en escenario y protagonista fundamental de la vida política. Al Estado Nacional lo asedian tanto desde dentro de sus fronteras territoriales, como desde fuera de ellas. En ambos casos estamos ante fuerzas centripetas y centrifugas que ponen a prueba todos los días al propio Estado Nacional.
Las primeras de tales fuerzas, procedentes de dentro, se refieren a las expectativas y las demandas crecientes y diversificadas de la sociedad nacional, que exigen de la política la descentralización del poder que determina el Estado; en tanto que las segundas, correspondientes al contexto externo, presionan al mismo Estado Nacional hacia formas de integración supranacional y de desterritorialización de las actividades productivas mediante flujos de información, dinero, bienes, servicios y personas, en el marco de la denominada globalización. Para unos, el Estado Nacional es demasiado grande para gestionar lo subnacional, lo regional y lo local; para otros, es demasiado pequeño para atender los desafíos globales de nuestro tiempo, sea en los ámbitos financiero, económico, climático, energético, hídrico o migratorio.
Sin pretender establecer compartimentos estancos, dado que se interinfluyen cotidianamente de modo convencional pueden referirse dos grandes agrupamientos causales del cambio político: 1) la complejidad de las sociedades nacionales; y 2) la globalización transnacional. Tanto en lo interno como en lo internacional, las transformaciones en curso se expresan en la práctica de la política misma, en tanto que otras desafían la pretensión hegemónica de la propia política sobre otras de las grandes categorías en que se divide el universo social (cultura, educación, ciencia, tecnología y religión), pero muy especialmente sobre la economía, ante la cual hay quienes proclaman la pretendida impotencia de aquélla sobre ésta, especialmente para regular los flujos financieros transnacionales. Unas y otras transformaciones de la política se retroalimentan entre sí.
La política contemporánea se ha transformado, y sigue transformándose. Por ello ya no es lo que era. Respecto de la complejidad interna, por lo que se refiere a los procesos de conquista, ejercicio y control del poder, las ideologías y las utopías en lo que tienen de sueños diurnos realizables, tienden a debilitarse, y en algunos casos a desaparecer, surgiendo en su lugar múltiples referentes de identidad que no tienen ya sustento en proyectos nacionales o en programas partidistas integrados, sino en demandas específicas, segmentadas, de grupos de ciudadanos, de la sociedad civil y de movimientos sociales, que a la derecha o a la izquierda del espectro ideológico-político, reivindican lo mismo derechos fundamentales del individuo, la etnia, la condición de pueblo originario, el separatismo, el cosmopolitismo y aún el resentimiento, que la situación de género, la pertenencia generacional, la preferencias sexual, el trato a los migrantes o la confrontación pueblo-élite ante las desigualdades sociales y los privilegios cada vez más visibles en la sociedad de la información y la transparencia.
La competencia electoral ha dejado atrás la parte de la confrontación de ideas, para ser sólo de intereses, a partir de la ciudadanía que demanda (típica de los partidos de masas), para convertirse en un mercado del voto, en el cual prevalece la opción que ofrece (representativa de la democracia de audiencias y de redes). Las divisiones por factores sociales, religiosos o étnicos que alinearon a los adversarios, dejaron de hacerlo. Pasamos, en la lucha comicial, de la identidad a la opción. Ahora influyen más el clientelismo, la encuesta, el marketing, en la busca del voto popular. Quizá por ello la política tiende a volverse espectáculo para divertir, no instrumento para persuadir sobre lo que se requiere.
Asociado a las tecnologías de la comunicación, por el volumen y la velocidad en que aportan informaciones que, no dan tiempo de procesarlas debidamente. Otro cambio en el quehacer político tiene que ver con la prevalencia de las emociones sobre la razón. Se pasa progresivamente de la escritura a la imagen. Los estudiosos del cerebro humano han puesto en claro que la emoción responde más rápidamente que la razón y por ello se presta más a la manipulación política.
Quizá, en tanto conquista, ejercicio y control del poder, la política enfrenta la mayor embestida en el cuestionamiento contra las instituciones representativas -por excelencia, partidos políticos, parlamentos y gobiernos- y aún contra la noción misma de ‘representación’ -las proclamas de “que se vayan todos” (Buenos Aires, 2001) y “no nos representan” (Madrid, 2015) resumen este ‘malestar en la democracia’.
Este reclamo proviene lo mismo de las fallas reales de tales instituciones y de los depositarios que ejercen sus facultades (de las fortalezas y de sus guarniciones), de la cada vez mayor complejidad de la vida moderna, así como de la llamada ‘revolución de las expectativas’ ciudadanos que con frecuencia desbordan las capacidades estatales reales, poniendo en riesgo la gobernabilidad.
Promesas incumplidas hechas al calor competitivo de las campañas electorales, casos frecuentes de corrupción, distanciamiento creciente entre representantes y representados, pobreza y desigualdad socioeconómica acentuadas, así como ineficacia gubernamental, polarización inducida y políticas públicas con resultados contra la delincuencia y el terrorismo que dejan mucho que desear, son signos distintivos que explican desde la política la desafección por la política y por los políticos.
Me refiero a los partidos políticos. Aún considerándolos un mal, siguen siendo necesarios. La humanidad no ha creado todavía ningún sustituto mejor para ellos. Siguen dando la batalla en todo el orbe para contribuir a reducir la complejidad de nuestro tiempo. No debemos ofuscarnos con ellos, sino luchar por su reforma y modernización. Debemos tener presente que hoy la alternativa real a las organizaciones partidistas es el líder carismático, el hombre providencial, que hipersonaliza más la política y nunca conduce a mejores resultados. Los ejemplos abundan actualmente y están a la mano. En el caso específico de México, ya ha vivido en su historia la tragedia de ser ‘país de un solo hombre’.
Si hasta hace poco, la política enfrentaba sobre todo el poder de los medios electrónicos de comunicación social, ahora tiene que hacerse cargo del empoderamiento social que hacen posible, en realidad sin bases suficientemente firmes, las nuevas TIC’s, asociadas a la revolución digital y a la inteligencia artificial en desarrollo vertiginoso, caracterizadas por la inmediatez y la simultaneidad a tiempo real. Este empoderamiento es todavía, en buena medida una ilusión óptica como expresión democrática auténtica, habida cuenta que el derecho al internet no es universal, ni como norma, ni como cobertura territorial plena, ni como acceso a toda la población por las desigualdades socioeconómicas que impiden el acceso a millones de habitantes, como para constituirse en fuente sustituta de la legitimidad del sufragio universal.
En tanto las redes sociales no se decanten a sí mismas para no ser transmisoras de noticias falsas, permitan diferenciar lo trascendente de lo trivial en lo informativo, y dejen de contribuir a diluir la frontera entre lo público y lo privado, no contribuirán a la reivindicación de la política al servicio del pueblo y sí a su manipulación cotidiana y electoral. Instrumento al fin, para empezar de las corporaciones multinacionales que las operan, las redes podrían servir -y en muchos casos ya sucede así- a un mundo mejor.
Ante las crecientes y complejas condiciones en que hoy se gobierna, el liderazgo político se ha venido deteriorando en formación y desempeño. Cuánta razón tuvo Winston Churchill cuando sostuvo que “sí hay algo peor que un político profesional; es un político que no es profesional”.
Estas son algunas de las expresiones sobre como la complejidad social incide en los cambios políticos de nuestro tiempo.
De otra parte, la globalización -sobre todo la de los dos circuitos que fluyen por la red a tiempo real: los del dinero y la información, así como la segmentación de la producción manufacturera a través de la ‘fábrica mundial’-, estructuran una economía desterritorializada, especialmente en los casos de los flujos financieros y comunicacionales que constituyen un enorme desafío para la política y los gobiernos nacionales cuyos ámbitos de acción son territorios delimitados. De la desarticulación entre la existencia de una economía global y la no existencia de un gobierno global -que sólo sería posible a muy largo plazo y que puede ser no deseable-, resulta una política nacional que cada vez puede responder en menor medida a demandas para las cuales no está preparada ni dispone de los recursos necesarios para atenderlas debidamente. Surge así el declive del Estado de Bienestar y una injusta división del trabajo político en la que los expertos en finanzas toman las decisiones fundamentales para los mercados globales y nacionales en la comodidad de sus oficinas en los centros hegemónicos sin estar expuestos a la mirada pública, en tanto que el político que en su país busca el voto popular, está sujeto al escrutinio público y, de ser ungido como gobernante, tiene que ejecutar tales decisiones y defenderlas públicamente.
Como bien sabemos, la globalización no se limita al campo de las finanzas, la economía y la información, ya que involucra otros muchos aspectos de la vida social. Ha generado beneficios y perjuicios, porque tiende a homologar pautas de producción y de consumo, así como de esparcimiento, uso del tiempo libre y disfrute de la cultura. No todo en ella es negativo, ni tampoco es una novedad en el devenir de la humanidad. No obstante ello, sus efectos negativos prevalecen para millones de personas y ya la resistencia frente a la misma, ante quienes la promueven y la apoyan, tiende a constituir un eje de confrontación fundamental en la lucha política, especialmente en Estados Unidos y países de Europa.
Es en las crisis cuando se pone de manifiesto más claramente la importancia de la política, la cual, si bien toma decisiones para enfrentarlas, suele generar con ellas malestar y decepción con la democracia al aplicar los recetarios conocidos de los programas de estatización económica y, más recientemente, las medidas de rescate de los sistemas financieros. Como bien ha escrito el español Fernando Vallespín “la política se ha convertido en la red salvadora de la economía, pero no en su auténtico tutor”. Esto ocurre en detrimento de los niveles de bienestar social, lo que tiene como consecuencia lógica la pérdida de consenso político en el cuerpo electoral que tiende a votar en contra de los partidos en el poder, sean del signo ideológico que sean, y a favor de opciones extremas populistas o de franco perfil autoritario.
Puede hablarse de que existen dos formas de la globalización: una civilizada, pactada por los Estados nacionales a través del derecho internacional; y otra globalización no regulada (o salvaje). La primera parte del ejercicio de las soberanías nacionales y se concreta en acuerdos desde bilaterales hasta multilaterales; es así como ha surgido un orden jurídico globalizado en materias tales como los derechos humanos, el comercio y la propiedad intelectual, entre los más vanguardistas. La segunda modalidad de la globalización, la no pactada, surge en los mercados financieros o de la información, que no tienen como referentes las soberanías nacionales, sino la libérrima circulación del dinero y los capitales, así como de datos, que se transfieren a tiempo real a través de las redes digitales, donde se mueven simultáneamente en volúmenes enormes y a grandes distancias, desplazándose en cero segundos y recorriendo cero kilómetros, con el uso de algoritmos sumamente sofisticados e inteligencia artificial cada vez más evolucionada. Con el llamado ‘corretaje programado’, hay casas de bolsa que operan en los mercados de capitales 24 horas al día, siguiendo los husos horarios e instrucciones previamente programadas.
La ruptura unilateral por Richard Nixon de los Acuerdos de Bretton Wood suscritos por 44 naciones en 1944, tuvo enormes y trascendentes consecuencias que explican en muy buena medida la causa de lo causado -como dicen los penalistas- en los últimos 50 años. Particularmente refiero aquí la separación de la economía financiera de la economía real, al desvincular el dólar del oro, y al hacerlo una moneda fiduciaria sin respaldo material alguno concreto, como no fuera el poderío de la economía estadounidense. La desregulación posterior de los mercados financieros, y el desarrollo tecnológico vertiginoso, generaron instrumentos denominados ‘derivados’, sumamente sofisticados, que han contribuido a que por cada dólar que se usa en transacciones del comercio real de bienes y servicios, se utilizan 16 dólares en operaciones financieras. En 2001, Zygmunt Bauman advertía que un día de transacciones financieras se acercaba en su monto total a las reservas de todos los bancos centrales entonces existentes.
En un mercado con gran dosis de especulación, las crisis son recurrentes, cuando falla algo por menor que sea su trascendencia. Casi todos los países de economías importantes las han padecido. México abrió brecha en las nuevas crisis financieras de la era neoliberal con “el error de diciembre” y el consecuente rescate bancario por el FOBAPROA. En el Siglo XXI, la primera gran crisis financiera mundial fue la de Estados Unidos en 2008, conocida como ‘crisis de las hipotecas’, que puso en evidencia las fallas, denunciadas desde mucho tiempo antes, de la arquitectura del sistema monetario y financiero mundial. Las descomunales remuneraciones de los ejecutivos de las corporaciones transnacionales; los conflictos de interés entre bancos y calificadoras de inversión por la prestación de servicios y la posesión recíproca de acciones entre unos y otras al ser ambos sociedades mercantiles; la falta de profesionalismo de las propias calificadoras al eludir sus responsabilidades cuando cotizaron como tiple A muchas hipotecas y poco después las declararon ‘productos tóxicos’, argumentando que “nuestras calificaciones son simples opiniones” (Inside Job); los académicos de mediano y menor prestigio al servicio del modelo neoliberal; los brutales rescates bancarios y la vertiginosa transmisión de la crisis al resto del mundo vía las redes digitales.
Todo ello contribuyó a explicar la ‘gran desigualdad en la distribución mundial del ingreso y la riqueza, ante la libérrima circulación del capital en un mundo sin fronteras. En contrapartida se han acentuado las restricciones a la movilidad de la mano de obra -como no sea la muy calificada-, lo que ha incidido en una de las tragedias actuales: las grandes migraciones humanas en busca de mejores condiciones de vida o huyendo de gobiernos dictactoriales en sus países de origen.
Los rescates bancarios, siempre a cargo del Estado, en contra del paradigma neoliberal anti intervención estatal, ponen a los Estados nacionales en una disyuntiva grave: o rescatan bancos con sus recursos escasos disponibles o apoyan a la población en pobreza en sus países a través de todos los instrumentos del Estado de Bienestar. No es un dilema que se resuelva entre opciones igualmente libres, porque los países tienen que enfrentar sus responsabilidades financieras conforme a las reglas de los mercados globales, y de no hacerlo, se desestabilizan en forma extrema y tienen que hacer posteriormente los rescates con mayor cuantía de recursos.
Es entonces cuando los ciudadanos se desencantan con la democracia y votan por quienes les ofrecen soluciones simplistas ante la complejidad de los problemas y así se hacen del poder sin resolverlos verdaderamente. Los populistas usan el poder obtenido democráticamente para destruir los instrumentos de la democracia.
Haber dejado a 8 millones de familias estadounidenses sin hogar por la crisis de las hipotecas, estuvo entre las causas que llevaron a Donald Trump a la Presidencia del vecino del norte. Haber atentado con el BREXIT al crecimiento económico y al desarrollo de Inglaterra, contribuyó también a que ese país tuviera cinco primeros ministros en igual número de años, Boris Jhonson uno de ellos. De ninguna manera proclamo un determinismo económico en los comportamientos políticos de los electores, pero las evidencias empíricas impiden separar totalmente las influencias recíprocas entre ambos ámbitos del quehacer social.
El hecho de que las crisis hayan afectado a las principales metrópolis del capitalismo mundial -Washington y Londres-, obligaba a una revisión profunda de lo que falló y hacer los ajustes a fondo que se requieren para evitar, o atenuar por lo menos, la recurrencia de las crisis.
Lamentablemente esto no ocurrió así, y sólo con una inyección descomunal de dólares -algunos hablaron del regreso de Keynes- pareció resolverse el problema en Estados Unidos y la zona europea. Al decir de Adam Tooze “debido precisamente a que la crisis se contuvo tan pronto y tan eficazmente generó una falsa impresión de estabilidad. Esto, a su vez, consumió las energías necesarias para llevar a cabo reformas fundamentales. Y eso significaba que existía un gran riesgo de repetición”.
A partir de todo ello surgió un desplazamiento hacia la crisis política y geopolítica. La elección de Trump, el neoproteccionismo comercial ante China, la guerra de Rusia contra Ucrania, y más recientemente el recrudimiento del conflicto entre Palestina e Israel, así como las consecuencias de la pandemia del Coronavirus, en conjunto están modificando la orientación de la globalización. Hay quienes ilusamente hablan de su fin, cuando es una tendencia irreversible. Lo que si puede considerarse es su segmentación, tanto por razones ideológicas como por causas económicas, como la revaloración de la cercanía en las cadenas de suministros (nearshoring), que entrañan por igual riesgos y oportunidades.
Aunque son muchos los puntos que debe atender la política, para seguir siendo un instrumento útil para la sociedad, debe replantear su relación con la economía, para retomar su contribución con una lógica diferenciada a la mejor toma de decisiones, que reivindique por igual a la propia política y a la economía, en aras de acrecentar el bienestar para millones de personas. Fue David Easton quien conceptualizó que “la política es la única actividad capaz de asignar valores en una sociedad con sentido de autoridad, distinta por lo tanto de la racionalidad exclusiva del mercado, sustentada en el costo-beneficio y la rentabilidad”.
Cuidando las tentaciones populistas y autoritarias, de lo que se trata es que desde los organismos multilaterales especializados, recompuestos en lo que se requiera, -¿quizá el G-20?-, se someta a control la globalización no pactada, la de los mercados financieros salvajes, que deben ser regulados a partir de la coordinación y la cooperación eficaz de las políticas macroeconómicas de los Estados Nacionales.
En este cometido la política requiere de un aliado formidable: el derecho. Como refiere Norberto Bobbio “…el problema de la relación entre la política y el derecho es un asunto muy complejo de interdependencia recíproca […] sin el derecho, la política pierde legitimidad al no contar con el monopolio del uso legítimo de la violencia; y sin la política, el derecho pierde efectividad y se queda vacío. Juntos, política y derecho, contribuyen a gobernar el orden social”.
Ahora se trata de gobernar el orden global financiero. Empieza a verse luz al final del camino. En reminiscencia del Impuesto que lleva el nombre del Premio Nobel de Economía de 1981, James Tobin, el G-7 propuso hace un par de años una sobre tasa del 15% a las operaciones globales de las grandes corporaciones multinacionales a cargo de las redes digitales. Se avanza progresivamente en su instrumentación.
El gran jurista español, ya desaparecido, Pedro de Vega advirtió que “lo que en el enfrentamiento entre la mundialización económica y el Estado no se puede ni se debe [ ] desconocer, es la tensión subyacente en el mismo entre la lógica del cálculo y de la ganancia que preside las acciones de un mercado cosmopolita, y la lógica de las valoraciones políticas que legitima y justifica la acción estatal. Ha sido precisamente en esa confrontación entre ambas lógicas en la que el desmoronamiento de la razón política ha propiciado que la razón económica tome la batuta de la historia”.
Tenemos que seguir luchando en múltiples frentes. Por ello concluyo yo- si la política y el derecho no disciplinan a la economía financiera de los mercados globales desregulados -lo que implica enfrentar intereses sumamente poderosos y complejidades técnicas muy sofisticadas-, la economía financiera va a destruir a la economía real, a la política -ya lo está haciendo- y al derecho. No tiene, no puede, no debe, ser así.
Muchas gracias.
Académico y Consultor de las Naciones Unidas en materia electoral para América Latina y el Caribe. Gobernador de Tabasco (México) 2013-2018.