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LA GUERRA DE RUSIA EN UCRANIA Y SUS IMPACTOS GLOBALES, AMÉRICA LATINA FRENTE A OTRA ENCRUCIJADA

Así de insuficiente y resquebrajado como se lo percibe, el sistema interestatal sobre el que se construyó el orden internacional después de la Segunda Guerra Mundial –representado por las instituciones, organismos y regímenes establecidos por las Naciones Unidas para garantizar la paz y la seguridad internacional-, es preferible al de los imperios en pugna y potencias expansionistas que lo precedieron.

Esta premisa fundante del sistema internacional contemporáneo ha empezado, sin embargo, a tambalear en los últimos años, y la invasión de Rusia a Ucrania le asestó un nuevo y duro golpe. Se difumina el principio de igualdad jurídica e integridad soberana de los Estados consagrado en la Carta de la ONU y reemergen las potestades auto-arrogadas de someter países, territorios y poblaciones, en un mapamundi donde impera la anarquía y el derecho es impuesto por la fuerza. De manera brutal, Vladimir Putin nos ha devuelto a la geopolítica clásica de las disputas inter-imperiales, pretendiendo que la OTAN y la Unión Europea no son asociaciones libres entre Estados soberanos sino parte del “imperio occidental” que amenaza a la “gran Rusia”.

Es una versión invertida de la vieja “teoría del corazón continental”, “área pivote” o “isla mundial” desarrollada por el geógrafo y político inglés Halford Mackinder a principios del siglo veinte, recogida décadas más tarde por Zbigniew Brzezinski para explicar “el gran tablero mundial” de la segunda posguerra.

En 1919, Mackinder la resumió con una frase que modelara la matriz de la geopolítica del siglo pasado: “Quien domina la Europa oriental domina el Heartland o corazón terrestre; quien domina el Heartland domina el mundo-isla; quien domina el mundo-isla controla el mundo”. Esa vasta parte del mundo -Eurasia- se correspondía con la ocupada por el Imperio ruso, luego la URSS, desde el Volga al Yangstsé y desde el Himalaya hasta el Ártico. De la Pax británica del siglo XIX a las guerras mundiales y la “pax americana” que le sucedieron en el siglo XX, nos reencontramos ahora con aquel mapamundi de Mackinder y Brzezinski adoptado como doctrina de Estado por Vladimir Putin en su pretensión de anexar los territorios que antes pertenecían a la Unión Soviética, en un proyecto imperial neozarista que parece incluso referirse a la Rusia de Pedro el Grande.

“La posguerra fría ha terminado para siempre, estamos en una confrontación a todo campo con Occidente”, escribió Dimitri Suslov, consejero del Kremlin. Y en esa visión neo-imperial, Ucrania es concebida como parte integrante de esa Gran Rusia, ignorando su carácter de Estado soberano, en una guerra de agresión que se perpetró además con alegaciones etno-territoriales que llevan consigo ominosas implicancias genocidas.

La visión geopolítica occidental sobre Oriente, dominante durante el siglo veinte, se transfiere a otra en este siglo XXI que desafía el Orden Mundial de la segunda posguerra, la paz y la seguridad internacionales, y la Declaración Universal de los Derechos Humanos, pero también los mapas cognitivos que nos acostumbraron a ver los conflictos mundiales como una confrontación entre Oriente y Occidente.

La guerra en Ucrania se inscribe en esta representación epocal en la que se reflejan encrucijadas y batallas que se viven en cada sociedad y dentro de cada país, en un mundo todavía lastrado por el impacto de la pandemia del Covid/-19: Estados-nacionales crujiendo en sus cimientos, con archipiélagos de realidades sociales diversas en su interior.

No es choque de civilizaciones, tampoco un “Oriente versus Occidente”: es la lucha por la democracia y los derechos humanos frente a diversas formas de dominación autocrática impuestas por la fuerza tanto en Oriente como en Occidente en nombre de nacionalismos agresivos o bajo los imperativos de la geopolítica global de las grandes potencias.

América Latina, que ha padecido durante el siglo veinte, la condición de escenario de disputa, solapada o abierta, entre las grandes potencias, sabe por experiencia propia cuánto afecta esta conjura geopolítica la estabilidad de sus democracias. En la encrucijada actual, cada país latinoamericano se debate nuevamente en un dilema de difícil resolución: evitar un involucramiento impuesto por los “jugadores mayores”, sabiendo al mismo tiempo que no puede permanecer al margen de un conflicto que tiene alcance global por sus múltiples impactos y consecuencias, directas e indirectas, sobre la vida de los pueblos a escala local, nacional y regional.