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LOS MALENTENDIDOS SOBRE LA DEMOCRACIA

Un manto de vacío y desconfianza generalizada hacia el conjunto de actores de la vida social son características dominantes del actual transcurrir. Un vacío que hoy llena, a nivel individual, el miedo, la depresión, la violencia y/o la fuga de la realidad.

Tiempos en que la incertidumbre ha ocupado el espacio de las expectativas y esperanzas en las diferentes esquinas en que se alimenta la idea de futuro individual y colectivo; los políticos, la justicia y las fuerzas de seguridad son blanco de sospecha sobre su honestidad, transparencia, y vocación de servicio. El Estado en su conjunto es cuestionado creando situaciones que, en casos particulares, rayan con la anomia.

La democracia, aquel régimen político que logró emerger a finales de los 80’ como una ola que recorrió muchos países latinoamericanos luego de atravesar años de golpes militares, gobiernos dictatoriales y una feroz represión ilegal y violación a los DDHH como método elegido para defender “los intereses de la nación” frente a los movimientos guerrilleros que se desplegaron en varios países, hoy enfrenta desafíos importantes.

Esa democracia, y los niveles de adhesión ciudadana que alcanzó desde su retorno en aquello que se denominó la “la tercera ola democrática”, muestra hoy señales de fatiga en la sociedad. Las encuestas de opinión pública indican con mayor frecuencia el descrédito de la democracia como forma privilegiada de gobierno, un fenómeno que tiene a las nuevas generaciones y a los sectores más vulnerables de la población como eje principal.

Y la raíz de esta pérdida de confianza radica en la percepción generalizada de que cada vez se ensancha más la brecha de la desigualdad.  Uno de los ejes axiales del contrato democrático junto con la libertad es la igualdad. Pero lo que muchos ciudadanos perciben es que la democracia no solo no logró disminuir la desigualdad sino que ha frizado la esperanza en su capacidad para sostener en el imaginario colectivo la idea de que un futuro mejor es posible y que en ella radica el mejor camino para alcanzarlo, optando por caminos individuales de sobrevivencia o por caminos colectivos de la mano de líderes populistas de discurso mesiánico y contestatario, que permiten canalizar el descontento .

De tal modo, el respeto, compromiso y obediencia a las reglas que rigen la convivencia y el sometimiento a la ley se diluye creando condiciones de riesgo que impactan sobre la estabilidad del sistema. Es lo que Ortega y Gasset llamaba a principios del siglo pasado “futurismo concreto del cada cual”.

Vivimos un cambio de época en donde las redes sociales han impactado en todas y cada una de las modalidades en que nos vinculamos con la realidad. Y este fenómeno no es externo al vínculo con los partidos políticos. La realidad pone de manifiesto que su formato y funciones como estructuras de intermediación entre la sociedad civil y los gobiernos ya no son funcionales. Compiten fuertemente con las nuevas tecnologías, las redes sociales, y nuevos actores emergen como referentes y modelos de identificación, especialmente ante las nuevas generaciones.

En este proceso transicional, estamos frente a un nudo difícil de desatar. La fatiga democrática por las razones que describimos párrafos arriba, se nutre de expectativas defraudadas por la vieja política que se ha autonomizado de buena parte de su naturaleza: la representación, la transparencia y rendición de cuentas, las prácticas de corrupción y, muy especialmente, la utilización de sus acceso al poder para objetivos personales, convirtiéndose  más que en una polea transmisora o un activador de respuestas a las demandas ciudadanas, en actor de poder y privilegio que obstruye las democracias.

De este modo, la fatiga democrática que estamos observando no favorece la formación de una conciencia ciudadana activa que dinamice su derecho a exigir el cumplimiento del contrato de representación delegado a través del voto. La necesidad de control del exceso de poder, los privilegios sectoriales, el cumplimiento irrestricto del contrato matriz de toda sociedad, la Constitución fundante de una República democrática, es condición sine quantum de una democracia musculosa.

Finalmente creo, con cierto optimismo que es posible avanzar en la mejora de la calidad de la democracia adecuándola a los nuevos tiempos a partir de innovaciones institucionales que se están experimentando en varios países en cuanto a nuevas formas de participación política deliberativa, accountability ciudadana e innovaciones para mejorar la participación decisional ciudadana en política pública. Para ello, creo que es importante que la sociedad, y especialmente la dirigencia comprenda que la democracia es sobre todo y más allá de su esqueleto procedimental, un proceso comunicacional y, por tanto, una manera de vivir juntos en sociedad.