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MEDIOS DE COMUNICACIÓN, CONTRAPESOS INDISPENSABLES

Hasta antes de las pasadas elecciones en Estados Unidos, el mundo entero tenía claro que, si Donald Trump perdía, pondría en duda la legitimidad de los resultados, del sistema de votación y de sus instituciones, es decir, apelaría a un gran fraude en su contra. Cínicamente, lo advirtió a lo largo de toda su campaña: “Tengo un anuncio para hacerles: prometo a mis seguidores, y a todos los habitantes de EE. UU., que aceptaré los resultados de esta grandiosa elección…si…yo…gano”.

Lo que si permanecía como una preocupante incógnita era quiénes y cómo le seguirían. Un posible escenario era que la violencia se desbordara en las calles si sus fanáticos tomaban sus beligerantes declaraciones como un llamado a la defensa, a la acción. Este escenario no era del todo descabellado si consideramos que el 48% de la población blanca está armada y que de ellos un gran porcentaje cuenta con niveles educativos muy bajos -muchos de sus votantes pertenecen a este segmento-. Donald Trump sabía que avivar el fuego en un país claramente dividido, era su mejor estrategia para negociar una honrosa salida de la Casa Blanca y, probablemente, evitar futuros procesos judiciales en su contra.

Aunado a ello, tampoco se creía lo cerca que quedaría de repetir su mandato. Más de 73 millones de estadounidenses, contra los más de 80 millones que votaron por Joe Biden, ansiaban otros cuatro años de un Jefe de Estado racista, xenófobo, misógino, prejuicioso, incivilizado, intolerante, inhumano y violento. Pareciera que los antivalores ajenos a las prácticas más elementales de convivencia son los nuevos valores de la mitad de la sociedad norteamericana.

Estos dos elementos provocaron dos reacciones dentro y fuera de los Estados Unidos. Por un lado, el mundo demócrata se adelantó a reconocer el triunfo de Biden, la mayoría de los Jefes de Estado del planeta, felicitaron públicamente al nuevo presidente en una especie de respaldo a una democracia que estaba siendo vapuleada desde dentro. Por otro lado, las tres grandes emisoras de televisión abierta ABC, CBS y NBC cortaron y desmintieron el discurso que daba Trump durante una rueda de prensa que era transmitido en vivo y en horario estelar: “Tenemos que interrumpir a Trump porque el presidente ha hecho una serie de afirmaciones falsas”; “Simplemente no se ha presentado prueba en ninguno de estos estados de que existan votos

ilegales”; “No hemos visto nada que constituya un fraude o un abuso del sistema”. Otros medios como The Washington Post, The New York Times, Los Ángeles Times, USA Today, FOX, CNN, MSNBC y la radio pública NPR también lo desmintieron. Lo mismo ocurrió en las plataformas de redes sociales que censuraron sus posts por considerarlos fake news.

Para muchos, resultó un exceso la censura por parte de los medios de comunicación, sin embargo, este aparente acto contra la libertad de expresión no hizo más que proteger a la población de fanatismos incentivados por el discurso incendiario del aún presidente de los Estados Unidos.

El Señor Trump tiene, lamentablemente, mucho en común con algunos de los personajes que hoy gobiernan o pretenden alcanzar el poder en América Latina. Padecemos de perfiles similares, pero la diferencia entre un Trump en Estados Unidos y otro igual en nuestras naciones, radica en la fortaleza o debilidad de las instituciones que generan contrapesos.

Estas elecciones nos dejan lecciones para bien y para mal. Quedó muy claro lo rentable que para cualquier populista resulta dividir a la población y cómo la promoción del odio puede convertirse en su principal fuerza; pero también resaltó el poderoso papel que juegan los medios de comunicación para detener las tentaciones autoritarias y antidemocráticas que hoy amenazan al mundo.