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UNA NUEVA PANDEMIA NOS ACECHA

Aunque pareciera que todo evoluciona y dejamos atrás periodos de oscurantismo, lo cierto es que las pasiones y ambiciones humanas no cambian, y la historia se repite una y otra vez, aunque con diferentes matices.

Es así como, pese a que parecía habíamos superado la triste etapa de los Golpes de Estado que derivaron en dictaduras militares y que tanto daño hicieron a América Latina, hoy vuelven a ser una peligrosa realidad y amenazan a toda la región y al mundo. Si bien es cierto, en su mayoría, no están involucradas directamente las fuerzas castrenses, la intencionalidad de instaurar regímenes autocráticos se mantiene.

Ahora, bajo un manto de “legalidad”, gobiernos constituidos bajo reglas democráticas operan cambios constitucionales para su beneficio;  desaparecen o debilitan política y presupuestariamente instituciones y organismos autónomos que aseguran la transparencia y rendición de cuentas de los funcionarios públicos; someten a los poderes Judicial y Legislativo para minar su independencia y garantizarse impunidad; intervienen directamente en los órganos electorales para trampear elecciones; coartan la libertad de prensa y de expresión; se imponen sobre la sociedad civil organizada; polarizan a la sociedad e incluso, incentivan enfrentamientos y violencia social; persiguen fiscalmente y criminalizan a los grupos opositores; y empoderan operativa y monetariamente a las fuerzas armadas. Básicamente, manipulan a la Constitución como norma suprema del Estado con el objetivo de perpetuarse en el poder.

Estos nuevos Golpes de Estado Constitucionales demuestran, sin duda, que nuestras democracias están heridas, que los nuevos peligros que enfrentan surgen desde su estructura y se alimentan de sus propias falencias y debilidades. Estos autoritarismos populistas son la deformación y derivación natural de democracias enfermas. La conclusión entonces se hace obvia, las democracias como hoy las conocemos ya no sirven, están inmersas en procesos de autodestrucción que inicia desde la debilidad de su propia fortaleza: el Estado de derecho. Estos nuevos golpistas, aunque manejan discursivamente una continua defensa de la democracia a partir de una distorsionada defensa de la voluntad del pueblo, promueven un día sí y otro también, la ruptura de la legalidad.

El hecho de que ciertos grupos sociales reciban con alegría estos golpes de Estado disfrazados, nos habla de fuertes demandas de cambio. En estos días y meses se llevarán a cabo elecciones en varios de los países de la región y, es de esperarse que, los ciudadanos se mantengan igual o más decepcionados de sus sistemas de gobierno, y tendrán razón mientras su voto solo sirva para llevar a una u otra élite de poder al mando sin ninguna garantía de buen gobierno.

La Organización de Estados Americanos, OEA, otros organismos regionales e incluso, la Administración de Joe Biden, han externado su preocupación por este retroceso y han iniciado esfuerzos para desincentivar estos movimientos estableciendo, en algunos casos, sanciones o amenazas de expulsión de sus filas a los Estados que atenten contra el orden democrático.

Sin embargo, ningún esfuerzo regional o multilateral para salvaguardarlo rendirá frutos, mientras la nueva era democrática no pase por la construcción de un sistema que trascienda lo electoral y garantice la influencia real de los ciudadanos en la toma de decisiones de gobierno; y en la auditoría, fiscalización y control de sus gobernantes.