Es un placer compartir este espacio junto a colegas cuyos análisis nos ayudan a comprender cómo llegamos a esta grave situación global de nuestras democracias, hoy en retroceso. Quisiera detallar algunos factores causales de este deterioro y, además, proyectar una visión propositiva y realista hacia el futuro.
Esta tendencia privatizadora y desreguladora que derivó en el mucho menor acceso a los 58 bienes y servicios sociales plasmados en las 16 leyes internacionales de la ONU se aceleró desde los años noventa del siglo pasado, debilitando el papel regulador del Estado en la garantía de la provisión de 58 derechos humanos.
Desde 1990, los equipos de campo que he dirigido en 119 países han monitoreado el acceso a 58 bienes y servicios sociales que, conforme a las 16 Convenciones (leyes internacionales) de la ONU, constituyen 58 derechos humanos esenciales, tales como el acceso a la educación pública, a la salud pública, a la propiedad privada, a la seguridad, al agua potable, a una justicia políticamente expedita e imparcial, o al derecho político-electoral al voto “limpio”, sin coacción ni corrupción, entre otros 51 derechos. Nuestro monitoreo de campo nos permitió observar cómo, incluso democracias maduras como la de Estados Unidos, comenzaron a experimentar un colapso en el acceso a estos bienes y servicios sociales que son fundamentales para sobrevivir y prosperar a partir de su desregulación y privatización masiva, debilitando con ello también el papel regulador del Estado en la garantía de provisión de estos derechos plasmados en las leyes internacionales de las Naciones Unidas.
Como resultado, surgió una desilusión social gradual y creciente hacia los sistemas políticos democráticos: una sensación de abandono que hemos documentado desde hace décadas y que derivó en el grito desesperado de millones de ciudadanos que se decantaron hacia movimientos demagógico-racistas o demagógico-nacionalistas, como el Tea Party y el posterior triunfo electoral de Donald Trump en 2016 y en 2024. Lo que observamos fue una reacción popular legítima ante una pérdida tangible de calidad de vida social, que afectó progresivamente a las clases medias y a otros segmentos vulnerables en Estados Unidos y otros países.
Estados Unidos, desde su fundación, ha sido una democracia limitada. Pero “la fe” social en sus instituciones además se ha ido erosionando debido a una creciente captura política del Estado por parte de lobbies privados ya que, a través de decisiones de la Corte Suprema desde 1976, se fueron desregulando los límites al financiamiento político privado, y hoy el sistema electoral permite la compra legal de funcionarios por parte de las más poderosas corporaciones privadas. Esta captura legal del Estado norteamericano ha sido clave para entender el deterioro democrático que hoy enfrentamos. Autores como Joseph Schumpeter, Hannah Arendt y Thomas Mann ya advertían que los nuevos regímenes autoritarios-demagógicos emergerían desde el sector privado capitalista bajo un discurso por la libertad.
Estados Unidos, desde su fundación, ha sido una democracia limitada. Sin embargo, la fe social en sus instituciones se ha erosionado aún más debido a una creciente captura política del Estado por parte de lobbies privados. A partir de decisiones de la Corte Suprema desde 1976, se desregularon los límites al financiamiento político privado, permitiendo hoy que el sistema electoral legalice la compra de funcionarios por parte de las más poderosas corporaciones privadas. Esta captura legal del Estado norteamericano es clave para entender el deterioro democrático actual. Autores como Joseph Schumpeter, Hannah Arendt y Thomas Mann ya advertían que los nuevos regímenes autoritarios-demagógicos emergerían desde el sector privado capitalista bajo un discurso en favor de la libertad.
Como consecuencia, tanto las democracias tradicionales como las incipientes se ven hoy desmanteladas o amenazadas por figuras autocrático-demagógicas como Trump, Bolsonaro, Orbán, Fico, Bukele, Modi o Milei, así como por movimientos de ultraderecha que aspiran al poder en Alemania, Francia o el Reino Unido.
La experiencia histórica del siglo XX indica que la única vía para resistir esta embestida autocrática es la formación de un bloque de democracias sobrevivientes que reconozcan sus errores y reformen sus instituciones, especialmente en lo relacionado con la regulación del financiamiento político de campañas y la garantía de pleno acceso de sus poblaciones a los 58 bienes y servicios sociales que legalmente constituyen derechos humanos.
Estamos, como advirtió Aristóteles, ante el dilema de un autoritarismo político internacionalmente creciente que derivará en tiranías o en revoluciones sociales pacíficas que recuperen sus instituciones democráticas. Confío, por ejemplo, en la capacidad del pueblo estadounidense para encabezar una revolución social pacífica que, al padecer los crecientes costos del régimen actual trumpista en términos de pérdida de libertades civiles y políticas, exigirá la reinstalación y reforma profunda de su sistema democrático.
Mientras tanto, las dictaduras de China, Rusia y sus similares avanzan internacionalmente. El enfoque transaccional y mafioso de Trump en política exterior —que implica imponer condiciones “leoninas” a aliados y chantajear a países como Canadá o México— solo ha entregado terreno a China, que hoy extiende su influencia en América Latina, África y Asia, en tanto el “soft power” de Estados Unidos se erosiona y su liderazgo global desaparece.
La única forma de contrarrestar este avance de las autocracias es mediante un retorno a la globalización de un capitalismo de mercado regulado y democrático, capaz de generar y redistribuir la riqueza con eficiencia productiva, y con una justicia que devuelva a las democracias su raíz histórica de mediados del siglo XX: garantizar el pleno acceso a los 58 bienes y servicios sociales que constituyen derechos humanos.
Estamos ante un retroceso histórico de nuestras democracias. Pero también frente a una oportunidad: la de reconstruirlas con base en instituciones electorales y de control de los poderes del Estado que sean democráticamente más sólidas, acompañadas de alianzas internacionales que contrarresten la expansión global de las tradicionales dictaduras. Solo así podremos evitar que los autócratas del mundo impongan su visión mafiosa del poder.
Miembro Fundador y Director Adjunto de Save Democracy. Académico investigador “Senior” en la Universidad de Columbia, EUA; director del “International Law and Economic Development Center”; presidente del Directorio del “Friends of the Wildlife Justice Commission” (USA); académico “Senior” visitante de la Università degli Studi de Torino (Italia) y presidente del Instituto de Acción Ciudadana (México). Escritor, académico, líder de sociedad civil, asesor y filántropo internacional especializado en la prevención y desmantelamiento de redes criminales transnacionales dedicadas a la trata de personas, tráfico de migrantes, tráfico ilegal de armas, drogas, flora y fauna, entre otros delitos organizados. Se ha desempeñado como funcionario y asesor de diversos organismos internacionales como UN, OEA, BID, Banco Mundial y Transparencia Internacional en estos mismos rubros.
Ebuscaglia@savedemocracyal.org