En las recientes elecciones presidenciales de Estados Unidos, junto con la promesa de aire fresco, retorno a la modernidad de Occidente y, sobre todo, consistencia democrática que oferta el triunfo de Biden, destaca que cerca de 74 millones de votantes, el 47.2% del total, sufragaron por Trump. Fueron casi 11 millones más de electores que los que así lo hicieron en 2016, lo cual incluye también un incremento del voto latino por Trump, de cuatro puntos porcentuales.
La elevada cifra de votantes por Trump, además de contradecir a los muchos que suponían una derrota apabullante para su causa, le pone número al tamaño del clivaje que, a partir de la globalización financieramente determinada, ha venido dividiendo a ese país. Primero en términos económicos y culturales, y ahora cada vez más en sentido político, su territorio expresa las dos caras distantes de una misma nación, sus centros tienden a ir por un lado, y sus costas por otro.
Como el anillo al dedo, Trump volvió a usufructuar ese clivaje para denunciar, con algún perverso rendimiento, un inexistente fraude con el que ha tratado de encarecer sus posiciones de negociación, mantener sus bases y edificar baluartes ante los varios problemas judiciales que podría enfrentar. Aunque al final perdió también sus balandronadas judiciales, en días pasados analistas observaron que según una encuesta levantada por @MonmauthPoll, el 32% de los estadounidenses cree que Biden ganó como resultado de un fraude, cifra que sube al 77% entre los seguidores de Trump.
Más allá de hacer prospectiva político-electoral sobre el devenir de Trump, y sobre todo del Partido Republicano, que en la segunda vuelta senatorial de Georgia se juega su futuro al menos por cuatro años –al igual que Biden buena parte del margen de maniobra de su gobierno- lo estructuralmente relevante es observar cuanto ha penetrado el populismo iliberal, incluso carismático, en las preferencias electorales norteamericanas y disminuido el aprecio por la democracia, en una parte importante del pueblo.
¿Qué pasa con la democracia más antigua de América? En el plano descrito, resulta una democracia no muy diferente a sus similares en el continente y en Europa, cuyas virtudes han enfermado, con mayor o menor gravedad, hasta perder sus capacidades de inclusión y de cumplimiento de promesas. Pareciera que allá también la combinación entre mercado libertino dominante con sesgo electorero de la democracia, constituyen el origen del virus que abre el camino al desencanto de la gente y con él al populismo iliberal y al liderazgo carismático plebiscitario, que abominan las instituciones democráticas.
Mucho habrá que reflexionar y debatir en los Estados Unidos sobre el tema, hasta ahora pareciera que ahí también las respuestas están del lado de los progresistas que proponen llevar el sistema hacia la democracia social para avanzar hacia una democracia completa, que construya una ciudadanía integral, no sólo jurídica y civil, sino económica y social. Comenzar por impulsar una economía incluyente con un Estado solidario, mientras evoluciona la batalla cultural interna, y modernizar su sistema electoral, parecieran ser partes importantes de una necesaria hoja de ruta en favor de la salud de la democracia norteamericana
Miembro Fundador y Director Adjunto de Save Democracy. Vicepresidente de la Conferencia Permanente de Partidos Políticos de América latina y el Caribe (COPPPAL) y secretario ejecutivo de la Fundación Gustavo Carvajal Moreno, Mensajero de la Paz. Político y escritor mexicano ocupado en los temas de gobernabilidad de la democracia. Ha sido académico, legislador y funcionario público. Desde hace casi 20 años milita activamente en favor de hacer avanzar la reforma del Estado en México, en particular de su régimen de gobierno, tarea en la que además de publicar múltiples artículos y libros en la materia.