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IZQUIERDA Y DEMOCRACIA

Para el marxismo, la democracia era la mejor envoltura de la dictadura del capital, pero necesaria y deseable como el mejor terreno para la lucha y la organización de los trabajadores. Y ahí dónde no hubiera democracia y la sociedad sufriera una crisis, tanto entre los de abajo como en los de arriba, y se produjera una situación revolucionaria, los trabajadores tenían que organizarse para tomar el poder en sus manos.

Para el marxismo no existía la izquierda en abstracto; es más, gran parte del trabajo de los marxistas consistía en desenmascarar el idealismo de las diversas corrientes que se decían de izquierda, pero que no fundamentaban su lucha en los resultados más avanzados de la ciencia y terminaban por hacerle el juego a la burguesía.

Ciencia y revolución eran entonces los dos aspectos de la doctrina que constituyeron al marxismo y, particularmente, al leninismo. Y como el marxismo-leninismo se forjó en su lucha contra el reformismo, la ciencia tenía que estar al servicio de la revolución. Y hete aquí que por ahí se volvió a meter todo el idealismo, pues el debate dejó de referirse a los elementos objetivos y se dedicó a dividir a los fieles, entre quienes tenían una actitud revolucionaria y los que no.

La Revolución pasó a ser el criterio fundamental para juzgar a los demás, lo cual fue sustituido después por si se estaba a favor o en contra de la Unión Soviética. Y lo que se conformó fue el socialismo real como dictadura de un partido y la burocracia a su servicio en la URSS y en el mundo.

Un nuevo viento fresco sopló en favor del revolucionarismo con la épica de la Revolución Cubana. Fidel no esperó a la crisis de la sociedad, sino que la provocó. Con ayuda de los de abajo puso en jaque a los de arriba y el ejército revolucionario entró triunfante a la Habana. La revolución burguesa en Cuba, poco a poco se fue enfrentando a los intereses imperialistas y terminó por declararse revolución socialista, tras la derrota de la invasión en Playa Girón y el apoyo de la Unión Soviética.

El Che Guevara encontró al proletariado entre los obreros agrícolas y las tareas del socialismo fueron encomendadas al aumento de la zafra. El Che inconforme, se fue a crear muchos vietnams en América Latina y el gobierno cubano apoyó a los movimientos revolucionarios en América y África.

La clase obrera fue sustituida por el partido en Europa y por el foco guerrillero en América. Si alguna vez importaron los criterios objetivos para luchar por una sociedad más justa, ahora se valía todo. En el sufrimiento y la pobreza de la mayoría de la población, se construyó una nueva utopía revolucionaria en la que cabían los que estuvieran dispuestos a entregar su vida.

Cristianos, marxistas, socialistas, libertarios, guevaristas, troskistas, maoistas y un largo etcétera, que llegó hasta la Pachamama misma, pasaron a integrar a la Izquierda como sinónimo de la lucha emancipatoria. Para la gran mayoría de estos grupos, la democracia era una farsa con la que había que contemporizar una parte del camino.

¡Cuántas vidas de jóvenes se perdieron en estos afanes voluntaristas! Pero la narrativa seguía vigente. El imperialismo y las burguesías criollas ponían su parte para escribir la trama. En Brasil, Guatemala, Argentina, Chile, Uruguay, Colombia, República Dominicana, en fin, en casi todo el continente, los Estados Unidos y los militares de los distintos países, parecía que sólo dejaban abierta únicamente la puerta de la revolución.

Con la desintegración de la Unión Soviética y la caída del muro de Berlín, terminó un largo ciclo de dos siglos de revoluciones en el mundo. La democracia se echó encima entonces la enorme e inalcanzable tarea de garantizar los derechos humanos para todos.

La democracia vivió sus mejores momentos de expansión y fue apreciada ya no como simple envoltura de la dominación de una clase, sino que en su forma actual se advierte el sello que en ella han dejado las luchas de los trabajadores, las mujeres, las minorías y la diversidad humana.

Sin embargo, la democracia pronto se desgastó. La desigualdad aumentó y el azote de la crisis de 2008 que dejó sin respuestas muchas preguntas, dejaron a la democracia y a los políticos como meros gesticuladores de un mundo a la deriva. Fue el momento perfecto para el resurgimiento del pensamiento mágico y las identidades excluyentes, así como del populismo y otras variantes demagógicas.

Los viejos sueños revolucionarios envejecieron y enfermaron. Cuba, Nicaragua y Venezuela sobreviven como regímenes dictatoriales y sólo son referentes para los más variados populismos que tratan de aparecer como de izquierda, en tanto que en ella encuentran los fundamentos para muchos de sus desvaríos.

De ahí la enorme importancia del resultado de las elecciones en Chile y Colombia, países en los que llega al poder una izquierda dispuesta a apostar por la democracia y, en consecuencia, por la construcción de alternativas económicas y sociales que pasen la prueba de los hechos y no sólo sean sostenidas por la voluntad del poder autoritario.