Iniciamos un nuevo año y el mundo muestra sus pequeñas y grandes batallas en defensa de las democracias en los diferentes escenarios mundiales.
Vivimos “tiempos de incertidumbre e indignación” (Innerarity 2015). Crece el número de ciudadanos que descreen de las democracias como forma de gobierno, en quienes gobiernan, en los partidos políticos y, lo que es más peligroso, tampoco creen en las instituciones que regulan y organizan la praxis de la vida en comunidad.
La sensación de un “sin rumbo cierto” para la gran mayoría, es el mantra que acompaña el cambio de época.
La crisis financiera de 2008 fue la señal de alarma de que la convergencia entre capitalismo, democracia y globalización que surgió a partir de la caída del Muro de Berlín como modelo dominante, ya no aseguraba un futuro próspero para las mayorías como auguraron pensadores como Anthony Giddens y también S. Huntington.
La débil recuperación que han tenido los países desde entonces, agudizada por la pandemia del Covid-19, la guerra entre Rusia y Ucrania y la consecuente crisis energética, convergen en la sensación de que los gobiernos no pueden garantizar la estabilidad económica y social, ni el futuro de las nuevas generaciones, tampoco enfrentar las desigualdades crecientes, ni el crimen organizado y la corrupción, fenómeno que se extiende desde Europa y replica en USA y LATAM.
La raíz de esta pérdida de confianza es la percepción de que cada vez se ensancha más la brecha de la desigualdad. Según Foreign Affaires “el mundo se está dejando seducir por los fanatismos populistas, el maniqueísmo ideológico y el discurso polarizador”. La democracia liberal occidental había ganado la batalla cultural. Sin embargo, 4 décadas más tarde esa expansión democrática está en recesión. Las explicaciones varían: desde las contradicciones del capitalismo para neutralizar -entre otras- las tensiones entre mejoras en la productividad y desempleo o el crecimiento exponencial de las asimetrías sociales y la concentración económica, hasta el impacto de las redes sociales sobre la crisis de los partidos políticos En verdad, el propio Samuel Huntington había anticipado que el siglo XXI probablemente debería enfrentar un nuevo desafío sobre lo que él anticipaba seria la causa de un retroceso democrático global: “la consolidación democrática solo podía darse si se combinaban de manera virtuosa el desarrollo económico y el liderazgo político orientado a disminuir las desigualdades.”
Sin embargo y a pesar de la profundización de la recesión democrática en El Salvador, Nicaragua y Guatemala, el aumento de la inestabilidad política en Brasil y Colombia, un muy probable 2023 con estancamiento económico y recesiones, amén del reducido espacio para la cooperación regional, algunos hechos brindan un halo de luz sobre la resiliencia moral de la democracia como balance de este difícil 2022: 1) las últimas elecciones en EEUU; 2) la rápida reacción de la sociedad peruana al auto golpe de Estado encabezado por su presidente Castillo; 3) el movimiento de mujeres anti -hiyab logrando que Irán desarticule el Ministerio de la Moral!!!!!!; 4) la inédita condena por corrupción de la vicepresidenta argentina luego de un proceso que logró sortear 14 años de las más diversas trabas impuestas por el poder político, algo que podría convertirse en el “nunca más de la impunidad”.
Directora de Graciela Römer y Asociados. Especialista en comunicación social y opinión pública. Con más de 30 años de experiencia profesional ha realizado estudios para el National Democratic Institute de EUA, la OEA, el Centro Carter, el Banco Mundial, Flacso y diversos partidos políticos y gobiernos en Argentina, Chile, Colombia, El Salvador, Guatemala, Haití, México, Perú y Paraguay. Se desempeña, además, como Profesora en el Centro de Estudios Avanzados de Ciencias Sociales de la Universidad de Buenos Aires. Participa en varias instituciones como miembro y/o colaboradora, así como en diversos medios periodísticos en América Latina y Estados Unidos.