Estados Unidos y China representan hoy, respectivamente, la primera y la segunda economías más grandes del planeta en términos del Producto Interno Bruto medido al tipo de cambio vigente en dólares de EE.UU. Pero si el PIB se mide en términos de la paridad del poder adquisitivo, es entonces que China ya posee la delantera como la primera economía mundial. En este contexto económico acontece la lucha política entre las dos naciones por lograr alcanzar para China y mantener para EEUU el mayor poder mundial. El denominado poder “duro” de un país se mide en términos económicos, tecnológicos o militares. Pero es también el poder “blando” de una nación lo que define su capacidad internacional de incentivar o disuadir a través de mecanismos pacíficos y voluntarios para que otros países adopten acciones de política doméstica o de política exterior que le sean beneficiosas a la potencia hegemónica. En este contexto de poder “blando” el atractivo mundial de la cultura de un país, y su capacidad para atraer a millones de personas de todos los países del mundo a su territorio por el espacio de creatividad y de riqueza que ofrece y su calidad de vida, también representan factores que hacen al poder “soft power”.
En estas dos dimensiones de poder es que China y Estados Unidos compiten para transformarse en la potencia hegemónica que lidere las futuras reglas y estándares internacionales de convivencia en el plano organizacional, político, económico tecnológico y militar. En términos de poder blando, Estados Unidos, por lejos, continúa llevándole la delantera a China, pero es el poder duro lo que hoy hace que ambos países estén en curso de una colisión cada vez mayor en las dimensiones político económico y militar.
Para lograr una supremacía político económica y militar sobre Estados Unidos, China requiere alcanzar una supremacía tecnológica en dos áreas principalmente: inteligencia artificial, aplicada a la mayor cantidad de áreas del quehacer humano, y tecnologías de la información quantum, aplicadas a la mayor cantidad de sectores económicos de productos y servicios en la dimensión civil y militar, y en relación a “tecnologías verdes” en la industria energética y de alimentos que minimizan el impacto del cambio climático. Para lograr tal supremacía, China primero requiere controlar el suministro monopólico y monopsónico de insumos estratégicos que alimentan estas dos áreas tecnológicas: litio, diamantes, oro, cobre, cobalto o tantalio, son solo un ejemplo de los minerales requeridos y que hoy se ubican mayoritariamente en países del sur global, como Argentina o Congo. Para lograr tal control económico en el abastecimiento de estos insumos estratégicos, China se ha propuesto ejercer cada vez mayor influencia política sobre los gobiernos sujetos a democracias incipientes o a autocracias en estos países. Es aquí donde la influencia de China sobre los países del sur global se basa en su muchísima mayor capacidad, comparada con la de Estados Unidos, para generar flujos masivos de tangibles, inversiones extranjeras directas o de otorgar préstamos y subvenciones financieras sin ningún tipo de condicionamientos aplicados al respeto a los derechos humanos y bajo la condición tácita de que estos regímenes políticos le respondan a Beijing y no a Estados Unidos, lo cual implica la transformación de estos regímenes políticos a la imagen y semejanza del régimen capitalista de Estado autoritario chino.
Esta perniciosa ventaja comparativa de China explica el porqué de su influencia cada vez mayor no solo en términos de poder “duro” sino que también en lo que se refiere al poder “blando”. Esta transformación política de los países del sur global bajo la influencia económica de China implica un alejamiento cada vez mayor de los mínimos estándares y principios democráticos. Hemos visto esta transformación cada vez más acentuada en países de África, Asia y Latinoamérica, como Congo, Indonesia, Nigeria, Nicaragua y Venezuela.
Para contrarrestar esta ofensiva sin necesidad de un conflicto militar con China, es menester crear una coalición internacional de países democráticos con economías avanzadas tecnológicamente de la Unión Europea, Canadá, Estados Unidos, India, Japón y Australia, para que coordinen un “pool” de sus políticas de inversión extranjera directa y de provisión de financiamiento y de subvenciones (grants) hacia países con democracias incipientes o en vías de fortalecimiento que hoy luchan por dejar atrás sus crisis económicas y así lograr un mayor desarrollo político y social con Estado de derecho en democracia, tal como es el caso de Argentina, con o sin el gobierno del presidente Milei o más recientemente el caso de Indonesia con la victoria electoral de Prabowo Subianto.
Sin esta coalición internacional de democracias avanzadas, China continuará tomando la delantera en su captura de los Estados que le sirvan en su expansión internacional autoritaria y hegemónica, en detrimento de los pueblos que hoy luchan para que sus democracias sobrevivan.
Miembro Fundador y Director Adjunto de Save Democracy. Académico investigador “Senior” en la Universidad de Columbia, EUA; director del “International Law and Economic Development Center”; presidente del Directorio del “Friends of the Wildlife Justice Commission” (USA); académico “Senior” visitante de la Università degli Studi de Torino (Italia) y presidente del Instituto de Acción Ciudadana (México). Escritor, académico, líder de sociedad civil, asesor y filántropo internacional especializado en la prevención y desmantelamiento de redes criminales transnacionales dedicadas a la trata de personas, tráfico de migrantes, tráfico ilegal de armas, drogas, flora y fauna, entre otros delitos organizados. Se ha desempeñado como funcionario y asesor de diversos organismos internacionales como UN, OEA, BID, Banco Mundial y Transparencia Internacional en estos mismos rubros.