fbpx

¿Y DESPUÉS DE LA CUMBRE QUÉ?

Instalada en 1994 a iniciativa del gobierno de los Estados Unidos, la Cumbre de la Américas (CAM) se ha desarrollado en ocho ediciones, siendo la más importante aquella celebrada en Panamá en 2015, donde con alto nivel de convocatoria e inclusión logró reunir a 34 mandatarios participantes, siendo Cuba uno de los más emblemáticos. No obstante, tres años después, como parte de los efectos negativos de la era Trump -quien obviamente decidió no asistir-, la CAM cayó a su punto más bajo.

En un nuevo episodio, la CAM fue de nuevo citada en Los Ángeles, California, para celebrarse del 6 al 10 de junio de 2022, con la intención de recuperar la eficacia mostrada con Obama en 2015, pero esto no sólo no se logró, sino que además dio lugar a una pregunta cuya respuesta resulta central para definir su futuro: ¿puede una Cumbre entre vecinos distantes -por tomar prestado el conocido título de la obra de Alan Riding- desarrollarse con éxito y superar en sus conversaciones la falta de una agenda estratégica activa y cotidiana, destinada a promover el encuentro de los diversos intereses nacionales que integran América? La respuesta desde luego es un rotundo no.

Las Américas vivimos a contracorriente de los tiempos globales, o mejor dicho de esa globalización 2.0 caracterizada por la conversión de la multipolaridad que arrancó con el siglo, en la conformación de nuevos bloques estimulados por la necesidad de superar con mayor autosuficiencia, la crisis que dejó ese mundo unipolar fallido, soportado en cadenas de valor ancladas en ventajas competitivas, hoy dislocadas. Mientras afuera se avanza hacia futuras confederaciones de Estados nación, en el otrora nuevo mundo las conversaciones hablan hacia adentro y hacen ficticia toda interlocución aglutinadora, incluso, en el caso de América Latina y el Caribe, ni siquiera se asume su rol como parte de Occidente.

La mirada global de los Estados Unidos se llena con Ucrania, la neutralización de Putin y el ojo vigilante puesto en China, América Latina y el Caribe siguen siendo un dato reducido a los problemas migratorios de su frontera sur y a los horrores del fentanilo, queda poco espacio para lo demás. Por su parte Latinoamérica y el Caribe, viven su peor momento en materia ya no se diga de integración, ni siquiera de acciones concertadas para temas específicos, eso sí, no se prescinde de elevar odas al sueño bolivariano. Latinoamérica al sur pone sus esperanzas en la presencia de China, mientras al norte mantiene un diálogo inercial, que desperdicia todo el potencial que es capaz de ofertar esa interlocución.

Las naciones de toda América se encuentran atrapadas en sus desarreglos internos, en particular las democracias sufren los embates distorsionadores del populismo autoritario, que asciende y se afianza aprovechando sus debilidades sistémicas, esas que les restan oxígeno social y propician la reproducción anaeróbica del cáncer populista. Arreglar el desorden interno de las democracias, es la primera tarea a concluir con éxito para alcanzar la nueva interlocución positiva que requieren las Américas.

El tema de la CAM no es sólo de inclusión, aunque también, en primer lugar, es un asunto de decidirse a superar ese dañino soliloquio americano antes relatado. Es hora de atreverse a salir de los añejos cartabones de la Guerra Fría para explorar nuevas vías de convergencia que permitan a los americanos actuar con una voz conjunta en la redefinición del mundo en construcción.

En segundo lugar y no por ello menos importante, es edificar una agenda articulada e incluyente, con visión estratégica compartida en las materias que nos aquejan: seguridad, social, ambiental, económica, derechos humanos, justicia, salud, ello permitiría fijar prioridades y alinear esfuerzos en la misma dirección.